El gobierno que “nos hace resistir” ha practicado bombo y sonaja para alimentar la ilusión de toda una población con una mínima dosis de 20 mil y con una vacuna que no ha probado ser la más efectiva. Países vecinos han actuado con menos alharaca demagógica ante el arribo de dosis más multitudinarias y de varios orígenes.
El manejo de la pandemia nos está acostumbrando a una careta discursiva, no a la efectividad de lograr algo real. Como que el virus ese, atrevido, le temiera a una junta de masas autoconvocadas, a discurseros que dicen que debemos resistir o a la sordera contra especialistas que aconsejan la toma de decisiones más radicales y efectivas, cuando los que dicen defender la salud del pueblo se tratan en hospitales caros, a los que los pobres no pueden acceder. El virus ha dicho una y otra vez que le importan un comino la política y las medidas demagógicas.
Nuestro país, bajo todos los regímenes –más en los populistas–, se ha jactado de construir grandes obras inútiles. El gran K’arachipampa fue uno de los asuntos que más nos han tocado. Todo un portento de tecnología para una realidad que no practica ni siquiera la producción masiva, ni siquiera produce ya fósforos.
Este nuevo régimen que ha retornado nos ha vendido obras monumentales o especulativas, que no funcionan o funcionan a medias. Mi memoria me urge nombrar a algunas: en Chuquisaca tenemos la cacareada factoría de vidrios en Zudáñez; ahí está, llamativa, pintada de un color que ya sabemos y sin funcionar. Parece que las instalaciones han servido para acoger mítines y no para fabricar vidrios.
El famoso Papelbol, con corrupción incluida; seguimos importando papel de otros orígenes.
El más reciente, que parece que hace stocks de lo poco que produce y vende, es la fábrica de urea.
Los casos pueden multiplicarse y crecer, como las amenazas de una planta nuclear en pleno altiplano. El famoso proyecto del que se curó en Los Olivos, pudo más en corrupción que en desarrollo rural, por el antiguo Fondo de Desarrollo Indígena.
A esto podemos sumar la dudosa presencia del tal Túpac Katari, que nos desfondó un poco más de trescientos millones de los verdes gringos. Dijeron de la rapidez en la Internet, lo barato de sus servicios. Nada de esto se ha dado: el servicio de Internet sigue siendo el más caro del hemisferio, el más deficiente. Ahora que la pandemia obliga a pasar clases virtuales, no se tienen alcances masivos en el servicio gratuito ni efectivo. ¿Funciona realmente el Túpac o está perdido en la estratosfera como las grandes ideas revolucionarias?
En todo este especulativo sentido de grandeza discursiva y miseria de logros seguimos teniendo derrotas catastróficas. La salud nunca ha mejorado, por el contrario, empeora, a pesar de los discursos y despliegues. ¿Ha dicho el Gobierno cuándo llegará la siguiente dosis de vacunas?, ¿ha dicho del costo, cuando el anterior gobierno pareció haber logrado que, por la condición de nuestro país, llegarían gratis y con urgencia preferente?
La educación es el otro punto débil de este régimen. Mucho discurso, muchas reformas y nada de revolución, nada de proceso de cambio, muy poca o ninguna mejora en la calidad educativa; esto sí, mucho control y mucha doctrina. ¡Lástima que se entienda a la educación como asunto solo político y no como la práctica de la excelencia y de la exigencia!
El infierno está lleno de ilusiones revolucionarias. Entre tanto, seguimos menospreciando la vida y jugando a pequeños dioses soberbios que intentan tapar las tinieblas con precisiones de infundadas hechuras.
Entre tanto la gente, la más humilde, se ahoga, muere impensada, arriesga su vida para sobrevivir, espera la cura dejando más víctimas en sus caminos. Y los elefantes blancos siguen siendo inexistentes, incluso por el defecto genético.
No barrunto más por temor a escupir virus…