A pocas horas de las elecciones subnacionales del domingo, algunos candidatos han decidido abandonar la carrera electoral por diferentes motivos; varios sabían interiormente que tenían escasas o nulas posibilidades reales de una victoria.
Más allá de la credibilidad de las encuestas —muy venida a menos después de desastrosas experiencias anteriores—, uno de los argumentos más esbozados —en filas de la oposición— es el de que quieren evitar la dispersión del voto.
En algunos municipios y departamentos, la contienda se ha puesto más o menos dura. Y también en el mismo sentido, la capacidad económica de frentes políticos y candidatos influyó bastante en la visibilidad o invisibilidad de las diferentes opciones.
En todo caso, el último tramo de la campaña no estuvo exento de la siempre lista “guerra sucia”, que suelen desplegar aquellas fuerzas políticas cuyos candidatos no aparecen bien posicionados en la “fotografía” de intención de voto de la ciudadanía y su reacción es, en definitiva, el reflejo de un intento desesperado por revertir esa situación.
En el tablero nacional es innegable el peso que tienen los departamentos del eje central, tanto por su población como por su influencia económica. Santa Cruz es la región que aglutina los mayores capitales, en La Paz está la sede del Gobierno —que se llevaron de Sucre a fines del siglo XIX— y en Cochabamba se encuentra el bastión cocalero del Chapare. Esos apuntes son algunas de las razones por las que la atención se vuelve mayoritariamente a esas regiones del país.
El control de Cochabamba y del Chapare —donde se produce la mayor cantidad de coca excedentaria que se destina al narcotráfico— parece estar resuelto. Allí no han bajado los niveles de apoyo al Movimiento Al Socialismo (MAS), cuyo candidato a la Gobernación encabeza las encuestas. Pero, donde se ha puesto difícil para el oficialismo es en el capitalino municipio de Cercado, en el que Manfred Reyes Villa apuntaba a una victoria inobjetable. De allí la tesis de la maquinaria judicial, integrada por jueces venales e inescrupulosos, con el fin de inhabilitar a ese candidato —que, a su vez, por su pasado político, tiene una inocultable resistencia a nivel de opinión pública en el ámbito nacional.
La Gobernación de La Paz tampoco parece representar un problema, ya que la muerte de Felipe Quispe posibilitó que el candidato masista pase al primer lugar. El voto póstumo no está ayudando al hijo del Mallku, pero la Alcaldía de la muy importante sede del Gobierno también le es esquiva al partido oficialista. Con un candidato que al parecer no llena las expectativas de los paceños, se ha desatado una guerra sucia para intentar bajarle puntos al líder de todas las encuestas, Iván Arias.
Santa Cruz es, probablemente, caso perdido. Aunque la elección municipal tiene final reservado, la Gobernación tiende a inclinarse a favor de Luis Fernando Camacho, por lo que —de nuevo— ahora se busca amedrentarlo con juicios por su accionar en la crisis política y social de 2019.
¿Sorprende que en estas elecciones se apele a la guerra sucia? No debería, al menos la clase política está acostumbrada. En redes sociales y en medios de comunicación seguro correrá un fuerte vendaval hasta este miércoles 3 de marzo, cuando empezará a imperar el silencio electoral.
¿Qué va a pasar en las regiones que están fuera del eje central, ignoradas completamente por las encuestas? En la mayoría de los casos, previsiblemente, es una incógnita, si no contamos con la información estadística mínima necesaria para tener al menos esa “fotografía” del momento que son, precisamente, las encuestas.
Aquí, la guerra sucia se advierte particularmente en Facebook y en Twitter. Se han creado una infinidad de cuentas falsas cuyos usuarios se ocupan de insultar a los candidatos que aparecen arriba en las encuestas e, incluso, a calumniarlos.
La reacción frente a los resultados de las encuestas es, por lo general, convenenciera. Si se le pregunta a un candidato que está arriba, él manifestará su beneplácito, pero si se trata de alguien que sale mal parado, entonces saldrá a atacar a la encuesta y a la encuestadora. Eso también forma parte de la guerra sucia.