La cultura del odio

Eddie Cóndor Chuquiruna 10/03/2021
PUBLICITE AQUÍ

La mayoría de los seres humanos, si no la totalidad, convivimos –de manera silenciosa– con odios fobias y miedos. No obstante practicarlos en nuestra cotidianidad, no los reconocemos y tampoco aceptamos. Nuestros mecanismos de defensa los disfrazan, la mayoría de las veces, o encubren hasta invisibilizarlos; pero no por ello dejan de ser dañinos.
El reto es dominarlos y evitar que afecten a terceros o nos dañen a nosotros mismos. El odio, por ejemplo, predicado y puesto en la cabeza de la gente, se hace un arma letal y vuelve a los humanos que lo promueven y aceptan en seres altamente peligrosos.  
Es fácil odiar y quien lo fomenta lo sabe, y hasta placentero le resulta por las ganancias que le genera. Otros odian por desconocimiento, por falta de comprensión de aspectos sustantivos de la vida, y sus acciones son comprensibles pese a ser injustas.
Sea cual sea la motivación, el contexto social para su desarrollo es favorable, considerando que aún vivimos en un mundo sin oportunidades para todos y todas y con aberrantes expresiones de injusticia y abuso de poder, entre otros planos, político económico y religioso.
El que odia vive prisionero de sus complejos y resentimientos, pasados y presentes, es desconfiado y rencoroso y no tiene capacidad de autoevaluación. Sin darse cuenta, incluso, por la disminución de su capacidad de razonamiento, una de sus varias expresiones nocivas, daña –al exponerla– a su familia y arrastra a ese esquema autodestructivo a los de su entorno, porque todos terminan siendo rechazados socialmente.
Los que odian y enseñan a odiar pierden horizonte, porque las cosas que ocurren en el mundo solo son adecuadas si a ellos les conviene. Nada existe sin su participación y todo es inútil e inservible por el solo hecho de que así ellos lo califican. No importa cuán bueno sea un propósito u objetivo, para quien vive y fomenta una cultura del odio siempre será un adefesio.
Por lo general estas personas no tienen amistades, porque en sus relaciones solo hay intereses y beneficios. Descalifican con la velocidad de la luz. Si les resultas útil te buscan, de lo contrario no existes; porque la envidia que tienen –a todo– es descomunal y los ciega. Viven existencias utilitarias y vacías y –pese a sus discursos moralizadores éticos y principistas– sus actos los dibujan de cuerpo entero como humanos, porque ni siquiera la genuina historia o las reglas existentes respetan. Son malos perdedores, siempre.
Son extensiones de la cultura del odio el oportunismo, la mentira, la irresponsabilidad, el abuso de poder, el fanatismo, la vida fácil, la soberbia y otras taras humanas. Nadie se salva de sus ninguneos, atropellos y zarpazos. Son una bomba de tiempo cuando los que promueven la cultura del odio tienen inclinación por la corrupción y son parte del denominado mundo político. 
La cultura del odio impide pasar página y reconciliarnos. Está estacionada en nuestra sociedad y tiene millones de rostros y voces en cada altitud y latitud. Es la madre de la vulneración persistente a nuestros derechos por los Estados y pretexto social perfecto para que sigamos como rehenes de la violencia y la muerte.
Nuestras diferencias, culturales, religiosas, políticas y de mentalidades, son parte de nuestra riqueza, no son problema. Son un factor común que nos une y no tienen por qué ser la razón de nuestros odios, que benefician siempre a quien los promueve utilizando el nombre de muchos.
Considerando lo que nos ocurre como humanidad en este tiempo, siguiendo a Mahatma Gandhi, debe ser un objetivo de vida no dejar que se muera el sol sin que nos hayamos desecho de nuestros rencores y odios.
 

Compartir:
Más artículos del autor


Lo más leido

1
2
3
4
5
1
2
3
4
5
Suplementos


    ECOS


    Péndulo Político


    Mi Doctor