Covid y sus curitas psicológicas

Chellis Glendinning 06/04/2021
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En esta epidemia global no se encuentra “un lugar para ocultarnos” y el futuro se pone delante de nosotros con incertidumbre. Los efectos psicológicos se revelan cada vez más.
Mi interés en este campo es consecuencia de mis años en el movimiento contra las armas y fábricas nucleares cuando, durante los años 80, psiquiatras, psicólogos y asistentes sociales norteamericanos desarrollamos talleres para que la gente pudiera convertir su apatía y negación de la amenaza en un espíritu de acción contra tales tecnologías y/o apelar a la esencia espiritual ante la posibilidad de la muerte masiva.
Ahora, por la pandemia, hemos visto la sugerencia de las mismas defensas que nos aquejan antes, durante y después de cualquier desastre. Un trauma es algo para lo que el ser humano, por su evolución con raíces en la época paleolítica, no está preparado; nuestro sistema nervioso simplemente no está hecho para aguantar tales eventos.
El covid-19 tiene la capacidad —y aparentemente el rol— de matar a una gran porción de la población de nuestra especie. Es un trauma y no es una sorpresa que presentemos estrategias para defendernos contra el miedo, la incertidumbre y el sentido de impotencia que propone.
La negación de nuestra vulnerabilidad es una forma de dirigir la atención a otra cosa. Hay una multitud de variedades, pero el tema central de cada una es: “esta amenaza no existe” o “existe, pero no me afecta”.
Durante los primeros meses de la pandemia una mujer se obsesionó sobre cada detalle del covid-19: compró un traje tan completo que parecía como una astronauta en camino al otro sistema solar; exactamente cuando las autoridades enfatizaban que no dejemos las protecciones básicas, ella botó su traje de doble visera, guantes, botas, etc., y anduvo con joie de vivre por todas partes, sin barbijo ni atención a la distancia social.
Otro método de defensa: el escape descargando el miedo en otras personas, u otros asuntos que parecen menos amenazadores, aún con el colorante de la conspiración sin prueba o con evidencia falsa quizá planteada en las redes sociales. (Estoy hablando de las creencias que crecen en el inconsciente de personas sin motivo, no en las acusaciones conscientes de ellas con motivos políticos). “¡Mi refrigerador tiene hongos, tengo que lavarlo cada día!”;“¡mi vecino está robando mi Wifi!”; “¡la Alcaldía está guardando en secreto miles de barbijos solo para su uso!”. O al otro extremo: “La vacuna es nuestra salvadora, ¡vamos a festejar!”.
Además, nuestras psiques pueden optar por un éxtasis aparentemente poco apropiado. En medio de la hipo-destrucción atómica de Hiroshima, en 1945, un profesor universitario perdió su casa, no podía encontrar a su familia y se abrumó de felicidad. El filósofo William James describió su “regocijo” durante el seísmo que devastó San Francisco, California, de 1906: “No sentí un vestigio de miedo; fue un deleite, bienvenido”. Cuando un hombre sospechoso del virus estaba esperando los resultados de su prueba, raramente por él, no experimentó ansiedad ni tristeza, sino un sentido glorioso de éxtasis.
Estas defensas representan solo algunas de las maneras de evitar la plena experiencia del trauma. Tales reacciones son invenciones creadas inconscientemente por la psique frente a un desafío tan difícil que no se puede procesar. Su creación puede parecer una maravilla o a veces casi cómica, pero al mismo tiempo nos coloca en peligro.
La pandemia es un desastre sin conclusión definitiva; tenemos que pensar con claridad. Es un tiempo para traer más consciencia a nuestros impulsos y tomar decisiones personales y colectivas que, quizá, no respondan a nuestros conceptos de la vida buena.

* La autora es psicóloga y escritora. www.chellisglendinning.org

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