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Pititas versus Amarrahuatos (*)

Gonzalo Flores 27/04/2021
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He aquí dos designaciones nuevas, pero no completamente arbitrarias, de agregados sociales que han llamado la atención en los últimos años. Ya ha habido otros, con denominaciones parecidas: los sans-culottes franceses, los descamisados peronistas, los camisas pardas italianos y los más recientes chalecos amarillos. Cada uno en su propio contexto.
Ni pititas ni amarrahuatos son categorías socioeconómicas. No corresponden a oficios, actividades, grupos de ingreso, estatus social ni regiones. Son dos categorías estrictamernte bolivianas que expresan actitudes ante la política, y más precisamente, ante lo que es, o debería ser, la autoridad.
Ambos fueron designados por sus oponentes. Primero, los que se burlaron de un comedido funcionario que se inclinó a amarrar los cordeles de los zapatos de Evo Morales, lo llamaron “amarra huatos”, y la designación se extendió a todos los que se inclinaban, hasta humillarse, para atender a su jefe. Después, Evo Morales se burló de los ciudadanos que protagonizaron un paro contra su régimen y que obstruyeron el paso en las calles con simples hilos de lana, y los llamó “pititas”.
El amarrahuatos vive en la superposición de la estructura burocrática oficial con la estructura de su partido político, de manera que es a la vez funcionario y militante, una confusión profundamente perjudicial al desarrollo de las instituciones republicanas. Así, los amarrahuatos lo son porque tienen que serlo; su medio de vida les exige una cierta conducta.  Las pititas en cambio, están dispersas a lo largo de toda la estructura social, fuera de toda estructura burocrática, apegadas bien a su barrio, su vecindad o grupo de afines.
Se ha dicho varias veces que los amarrahuatos representan la sumisión al líder, la obsecuencia y la aceptación del autoritarismo, pero generalmente se ha ignorado su sentido de oportunidad, su habilidad de insertarse en las estructuras burocráticas para medrar de ellas, y tanto más cuanto más cerca se está del que se sienta en la punta de la pirámide. De las pititas se ha subrayado su rebeldía ante el continuismo ilegal y su exigencia de la circulación en el poder, pero muy pocas veces se ha mencionado que muchas contienen un elemento autoritario y que su dispersión puede ser el obstáculo mayor a la formación de un actor político democrático capaz de enfrentar y vencer al MAS.
Las pititas son manifestación de una incomodidad. Cuando se apoderaron de las calles en noviembre de 2019 no seguían a una dirección política, porque no la había. Se dieron su propia consigna y esta tuvo que ser asumida por los partidos políticos. Las pititas nunca quisieron la segunda vuelta electoral, sino que exigieron la anulación de las elecciones y fueron las primeras en apuntar a la renuncia de Evo Morales. Se mueven mucho mejor en una red de comunicación con muchos puntos focales. ¿Quién fue el centro? Nadie fue el centro, todos fueron el centro.
Se podría decir que las movilizaciones llamando a votar por el NO en el referéndum de 2016 y los paros y bloqueos de octubre de 2018 fueron “ensayos generales” de lo que podían hacer las organizaciones espontáneas de la ciudadanía, entonces llamadas “plataformas”. La actuación más profunda de las pititas, hasta ahora, fue la de octubre de 2019, que culminó con la renuncia y fuga del sátrapa.
¿Habrá un nuevo episodio? ¿La política se decidirá por la confrontación en las calles entre pititas y amarrahuatos? No lo sé.
El gobierno del MAS ya ha sacado el garrote y lo blande amenazante, pero no tiene manos suficientes: los amarrahuatos están descontentos porque las sobras del festín ya no alcanzan para todos. A su vez, las pititas solo están esperando una buena oportunidad para salir nuevamente a las calles. Siendo el Gobierno tan torpe como es, no dudo que no tardará en darles motivo.
Y, claro está, no soy neutral en este conflicto.

* Este título me fue sugerido por el Sr. JN, a quien agradezco.
 

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