Alexis Dessard es un buen ejemplo de la dicotomía. Mucha gente quiere que vaya a sus ciudades pero, al mismo tiempo, algunos, sobre todo políticos, preferirían que no lo haga. Esto sí que es digno de análisis en torno a nuestra idiosincrasia.
Este francés ya es todo un personaje en el país. Llegó como un turista, le impresionó el cementerio de trenes de Uyuni, pero le llamó la atención la suciedad del lugar e hizo una sencilla convocatoria por sus redes sociales a una jornada de limpieza y allí comenzó una larga aventura de jornadas solidarias en las que se limpia un río, un barrio o hasta un pueblo entero.
Con una sencillez inusual en nuestro medio, Alexis no pasa inadvertido por donde va: ahora tiene una agenda llena de invitaciones y, con su predisposición a ayudar allí donde lo convoquen, ha cautivado a los bolivianos.
Incluso una comisión, la de Política Social de la Cámara de Diputados, le entregó un reconocimiento por su impulso a las jornadas de limpieza y la promoción del turismo.
Con sus ganas de contribuir, sus palabras sobrias a favor del medioambiente, sin grandes demagogias ni expresiones que se parezcan al discurso político tan impopular en el país, Alexis Dessard está abriendo los ojos a muchos bolivianos, entre ellos a autoridades que encontraron en su gesto la oportunidad de limpiar la casa, aunque lo natural hubiera sido que lo hagan sin necesidad de buscar una figura mediática como la de este ciudadano francés.
Es obligación de alcaldes promover el cuidado del medioambiente y mantener limpios los ríos y calles de su jurisdicción, y ellos lo saben, de modo que no tendrían que depender de la agenda de Dessard para ponerse las botas y los guantes y levantar la enorme cantidad de plásticos que contaminan bosques, ríos, lagos y calles.
Es más, el reconocimiento de aquella comisión de la Cámara de Diputados si bien es justo, no deja de tener un mensaje irónico: Bolivia premia a quien hace lo que los bolivianos no hacen, y así, implícitamente admitimos, como bolivianos, que somos un país que no se caracteriza precisamente por la limpieza.
Y es que en Bolivia hay basura allí donde se mire, para vergüenza propia. No se salvan ni los costados de las carreteras, que están sembradas de bolsas plásticas y todo tipo de basura que desde las ventanas de los buses arrojan los viajeros cuando descartan los envases después de comer, aunque esa vergonzosa acción no es una atribución exclusiva de los pasajeros sino también de propietarios de vehículos particulares, que no conciben aquello de guardar los desechos hasta llegar a un basurero y depositarlos allí, como corresponde.
No es suficiente con limpiar un río o un lago junto con él. Lo ideal sería que en realidad no exista nada por limpiar. Y en esa tarea de educación tendrían que trabajar alcaldes y otras autoridades, porque de otra manera esos mismos ríos y lagos volverán a ensuciarse si la gente continúa botando allí bolsas, cartones, latas, botellas y cuanto objeto tengan para desechar.
Dicho de otra forma: Bolivia le agradece a Alexis Dessard por su generosa vocación por la limpieza y el medioambiente, pero, a la vez, debemos comprender que no se puede depender de él para tener calles, ríos, lagos o montañas limpios de plásticos y basuras. Hay mucho por recoger en esa materia. Ojalá que el ejemplo de Dessard quede en el país y no se vaya con él, si es que en algún momento se va.
Por ahora, debido a su fama y al alto valor de sus acciones, la gente lo quiere tener en sus ciudades. Pero, al mismo tiempo, las autoridades municipales prefieren que no les visite porque, si lo hace, será una manera de decir que están sucias y necesitan limpiarse. Paradojas de nuestro país.