Es la consigna tantas veces reclamada por vosotros, los amiguitos más jóvenes del hogar-internado, a la hora de dormir. Con vuestros 12 añitos, más o menos, y en primero de Secundaria, aún conserváis -también más o menos, por los tiempos que corren- la inocencia de la infancia.
- Padrecito, cuéntenos un cuento… mejor si es de terror -me decís casi al unísono.
Y yo pongo semblante raro, me hago el sonso, porque ni sé ni quiero contar relatos de terror. Luego veis presencias raras hasta detrás del vidrio del dormitorio y acudís presurosos para que bendiga los ambientes, que ya están rebendecidos.
Los cuentitos tenebrosos, las leyendas con telarañas, las noticias de miedo, de entidades que aparecen, las crónicas de exorcismos que hacen huir a demonios malévolos, son de vuestra preferencia.
Hoy elegí para esta columna un título con lejanos sones de redundancia (si hace falta consultad el diccionario). Creo que suena bonito: “Cuéntenos un cuento…”. Dice la Real Academia que cuento es una “narración breve de ficción”. Y después extiende toda una batería de acepciones: desde “suceso falso” hasta “embuste chino”, pasando por el “cuento de nunca acabar” o el “dejarse de cuentos”. Mejor echar al agua estos significados tan negativos y quedémonos con el noble cuento de siempre. En todas las latitudes los adultos -papás, abuelos y maestros- han contado cuentos a los niños, cuentos de mil colores y sabores. A mi lejana infancia le encantaban los “cuentacuentos”. Así que mantengo el título de este artículo tal cual.
Changuitos y lectores mayores, permitidme contaros otro cuento, otra historia, no de miedo. Quiere ser una pequeña luz para los tiempos de pandemia en que estamos…
- Érase una vez un lejano pueblecito, en la montaña. Hacia él se encaminaba nuestra protagonista. Aquella niña tenía prisa por llegar a visitar a su abuelita. La picadura de un extraño insecto, que volaba por aquellos parajes y hasta entraba en las cabañas de los vecinos, la había postrado en cama con grandes dolores y penurias. Apenas podía respirar. El abuelo estaba muy preocupado, cabizbajo y afligido. Y siempre con miedo de contraer también él la enfermedad y no poder cuidar a la abuela.
- Las visitas de la niña eran frecuentes. Todos la decían al llegar que tuviera cuidado, no fuera a sufrir la picadura letal del insecto. Muchos habitantes ya habían fallecido. Mejor era no arriesgarse. Y, por si acaso, caminar muy abrigada y deprisa para despistar el peligro. Pero la niña no hacia caso y seguía visitando a la abuela.
- Permanecía en silencio al lado de su cama. Sin palabras y sin sonrisas que animasen aquel ambiente triste. Ya el abuelo se extrañó: “¿Niña, por qué siempre estás callada y apenada, tú que eras tan alegre?”. “Abu -dijo la niña- es que mientras la abuela está tan enferma no me atrevo a sonreír ni hacerla caricias. Porque yo estoy sana y tengo fuerzas. Dice el maestro que solo conocemos lo que vivimos. Yo no conozco esta enfermedad. Por eso mientras esté postrada permanezco en silencio, velando su dolor. Creo que no tengo derecho a otra cosa…”.
- “No, pequeña, no digas eso -habló el abuelo- ahora es cuando más necesidad tiene la abuela de tu presencia, pero no en silencio. Con respeto, discretamente, para no molestarla mucho, dila cosas bonitas, anímala. Mientras estés sana, da gracias a Dios y acompaña en lo posible a todo aquel que experimenta el dolor y la soledad. Vívelo así, mi niña”.
Es cierto, en esta terrible pandemia, queridos chicos y adultos, agradeced a Papá-Dios vuestra salud. Cuando uno está bien y se encuentra fuerte, apenas imagina lo que es estar en el dolor, en la carencia de oxígeno, en el aislamiento de un hospital. Y entonces sonreímos y disfrutamos de la amistad, del juego, del alimento, del aire libre, de los hijos, del trabajo. Es la oportunidad para que, responsablemente, recemos por quien sufre y -hoy desde la distancia- acompañemos a tantos hermanos contagiados y moribundos.
Como la niña del cuentito, desplegad a vuestro alrededor toda la vitalidad de la adolescencia. Discretamente. Respetando tanto sufrimiento. Ofreciéndola para mitigar -en ese misterio que nos une a los seres humanos- las lágrimas y la desesperación de muchos.
A la vuelta de las vacaciones seguiré contando cuentos. No de terror. En la literatura boliviana tenemos excelentes relatos que debemos conocer. Vayamos en su búsqueda.
- Érase una vez…