El solsticio y el sur

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 22/06/2021
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Existe una razón, así sea solo de forma, que determina que el solsticio de invierno sea importante para el sur del país: el hecho de que la constelación de la Cruz del Sur sea uno de los elementos esenciales de la conmemoración.

Para los pueblos andinos, aquellos que habitaron la parte occidental de Bolivia, las estrellas y las constelaciones que forman no eran simples puntos brillantes en el firmamento. Tenían razón de ser y así los estudiaban.

A través de la observación de los astros, y sus movimientos, esos pueblos pudieron establecer, con precisión, los movimientos de rotación y traslación de la Tierra. Así supieron cuándo es que el sol se encuentra más cerca de nuestro planeta y cuándo es que está más lejos. Eso les permitió establecer, en su momento y bajo su propia percepción del universo, los equinoccios y solsticios. Sobre la base de esa información, trazaron un calendario para la agricultura ya que estos pueblos eran agrícolas por naturaleza.

El calendario de los pueblos andinos estaba basado en los ciclos agrícolas que, a su vez, estaban determinados por los movimientos de los astros. La luna tenía 13 períodos de 28 días mientras que para el sol se estableció ocho meses de 30 días y cuatro de 31. Tanto el ciclo lunar como el solar sumaban 364 días dejando pendiente uno al que se denominaba “jach’a uru” porque era un día grande destinado al descanso y la reflexión.

La Cruz del Sur era una constelación clara que tenía múltiples funciones. Era la base de la “chakana”, la cruz cuadrada a la que se consideraba la cuadratura del círculo, pero su observación permitía seguir el movimiento de la Tierra alrededor de su propio eje. Con esos conocimientos, se estableció al que hoy se conoce como 21 de junio como el del solsticio de invierno; es decir el día en el que, en su movimiento de traslación, la Tierra está más lejos del sol. Los nombres que recibía este día eran “Willka Kuti”, “Machaq Mara” o “Inti Raymi”.

A medida que el sol se aleja, hace más frío y este es más evidente en el altiplano. Por eso, el día del solsticio del invierno se realiza ceremonias que tienen el objeto de volver a traer al sol, de motivarlo que se acerque para calentar a la Tierra.

Esas, y no otras, son las explicaciones para una ceremonia que se practicaba en tiempos prehispánicos y es descrita por cronistas como el Inca Garcilaso de la Vega. Que en la década del ’70 del siglo pasado hayan aparecido estudiantes en la Universidad Mayor de San Andrés que reivindicaron esas costumbres no significa que las hayan inventado.

En nuestros días, y al influjo del adoctrinamiento del gobierno, esta ceremonia no solo es fomentada sino que el 21 de junio ha sido declarado feriado nacional. En muchos lugares del país se realizan ritos que son considerados parte del “Año Nuevo Andino Amazónico”. Se dijo, también, que se trata del inicio del año 5.529, ya que esa es la cuenta desde 1492, al que se suma los supuestos 5.000 años de antigüedad de la denominada cultura aimara, pero esto último no tiene sustento científico alguno. La celebración es la del solsticio de invierno y eso es suficiente.

En Chuquisaca, la conmemoración suele centrarse en Chataquila, el lugar donde fue despeñado Tomás Katari cuando se lo trasladaba preso. Es, por tanto, un lugar de profunda significación, ligada a un episodio histórico que recién ha comenzado a estudiarse. Este año, con poca gente por la pandemia, se recibió al sol también en Maragua.

En Potosí, en cambio, los ritos se cumplen en el cerro Ch’apini que es el lugar donde se erigió un monumento de sal con motivo del último eclipse total de sol. No es un argumento demasiado consistente si se toma en cuenta que, hasta entonces, la ceremonia se cumplía en el Cerro Rico, la principal “waca” del lugar y el mayor adoratorio solar de toda la región.

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