La vacunación ahora busca ser masiva. En la estrategia de ir habilitando la vacunación mediante grupos etarios se ha llegado —instrucción presidencial mediante— al de los mayores de 18 años y la respuesta ha sido diferente: hay más interesados en inmunizarse ahora que en las semanas anteriores.
Mientras las vacunas se aplicaban a personas mayores, en ciudades como Potosí y Sucre no había filas e, incluso, hubo jornadas en las que el personal de salud tuvo que esperar sentado, pues pocos acudían a los lugares de inmunización. ¿Será la edad determinante en esta diferencia de comportamiento?
Si nos atenemos a lo que reflejan los números encontraremos que, en efecto, son más las personas de 18 a 40 años que las mayores de esta edad. Por tanto, el universo al que ahora se dirige la inmunización es mayor. En otras palabras, hay más gente a la cual vacunar.
Pero, por otro lado, resultan llamativos los reportes sobre la gente que continúa resistiendo a vacunarse. Los datos que proporcionan las autoridades de salud señalan que estas corresponden al grupo de mayores de 40 años. El detalle de la edad pudo determinarse en un lugar específico, la Policía Boliviana, y específicamente en el Comando Departamental de Potosí, debido a que la campaña de vacunación masiva llegó a las instituciones.
Cuando los vacunadores llegaron a la Policía potosina, un 15 por ciento del personal optó por no vacunarse y, para dejar su posición establecida, esa gente firmó un “documento de oposición consentida” que es el que permitió elaborar porcentajes y revisar otros detalles, como el de la edad.
Y resulta doblemente llamativa la oposición en la Policía debido a que los efectivos de esta institución, particularmente los patrulleros, están en primera línea, pues deben salir a las calles, cuando a otros se les exige permanecer en sus casas, y hasta tienen que participar en acciones con peligro directo, como el levantamiento de cadáveres de personas fallecidas con covid-19.
Por ello, el 15 por ciento de policías que se negaron a vacunar es un porcentaje muy elevado. El otro detalle es que la mayoría de quienes firmaron el documento son policías de tropa.
La historia de las vacunas se remonta al 14 de mayo de 1796, cuando el médico Edward Jenner inoculó una pequeña cantidad de pústula de viruela al niño James Phipps, de ocho años. Aunque el menor experimentó algunas molestias, se inmunizó para la enfermedad. De inmediato, fueron los propios médicos quienes se opusieron al método pero los monarcas de la época lo apoyaron y comenzaron a aplicarlo entre sus súbditos, reduciendo drásticamente la mortalidad que causaban enfermedades como el tétanos, coqueluche y sarampión.
Han pasado 225 años y tanto la historia como la ciencia han demostrado que las vacunas son efectivas. Si no evitan la enfermedad, bajan drásticamente sus efectos cuando alguien se contagia. ¿Por qué, entonces, sigue habiendo gente que discute su efectividad y, para colmo, inventa historias disparatadas para que otros no se vacunen?
La razón es la demagogia. La gente cree más fácilmente en aquello que incentiva sus temores y, aunque ya pasó más de dos siglos, la humanidad todavía no vence el temor a recibir sustancias vinculadas a las enfermedades, pues eso son las vacunas.
Si repites lo que la gente quiere escuchar, la gente te cree más fácil. Con ese criterio, existen grupos políticos y sectas que aprovechan el temor de la gente a las vacunas para inducirlas a rechazarlas. Ellos ganan adeptos, pero la sociedad pierde números en su afán de que, cuando la mayoría esté vacunada, lleguemos a la “inmunidad de rebaño”.
Quienes les escuchan son los ignorantes, o poco ilustrados, que, al no vacunarse, perjudican a los demás.