Para nadie es desconocido que Cuba está sumida en una grave crisis económica, al punto de que buena parte de su población ha dicho basta y por eso se manifestó de manera masiva hace dos semanas con protestas sin precedentes contra el gobierno de Miguel Díaz-Canel, heredero de los Castro.
Esa movilización, ya histórica, se registró el 11 de julio de 2021 y hasta ahora tiene repercusiones internacionales. Ayer mismo, en Washington, a las puertas de la Casa Blanca llegaron centenares de personas para exigir “libertad para Cuba” y una intervención de Estados Unidos tras la represión de las protestas de hace dos semanas en la isla.
Ese pedido resuena en diferentes partes del mundo y tiene como objetivo el de recuperar las libertades civiles que los cubanos perdieron a partir de la revolución de 1959.
Se dice que el 11 de julio pasado, en al menos 20 ciudades y poblados, los estoicos habitantes de la Cuba sojuzgada por un régimen que viola permanentemente las libertades no aguantaron más y salieron a las calles al grito de “libertad” y “abajo la dictadura”.
Se trató de la segunda manifestación multitudinaria contra el régimen del Partido Comunista que gobierna ese país desde el 1 de enero de 1959 sin elecciones ni libertad de asociación política. La protesta se extendió por ciudades hasta contabilizarse alrededor de 40, según la información que a cuentagotas salpica desde la isla hacia el resto del planeta.
Todo comenzó con una protesta en la ciudad de San Antonio de los Baños, pero rápidamente las manifestaciones se extendieron por toda la isla al ver a la gente en las calles por las redes sociales, reclamando por comida, atención de salud y demandando el fin de los 62 años de comunismo.
Ante la gravedad de la situación, la televisión cubana interrumpió su programación habitual para transmitir un mensaje en vivo Díaz-Canel, quien salió a convocar a sus seguidores a que tomen las calles y enfrenten a los movilizados por la libertad.
“La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios, y en primera fila los comunistas”, dijo Díaz-Canel en un inesperado llamado a la confrontación civil. Enseguida aparecieron contramanifestantes y efectivos de las Fuerzas de Seguridad del Estado para reprimir a los movilizados. El régimen también reaccionó cortando las conexiones a internet y las comunicaciones vía WhatsApp, utilizando así una vieja estrategia cubana para evitar que se sepa lo que ocurre en la isla.
Además de la interrupción del servicio de internet se produjeron detenciones, agresiones y arrestos arbitrarios de varios periodistas; se desconoce la cantidad de los que fueron censurados, y a quienes se les confiscaron sus celulares y equipos de trabajo para que no informen al exterior lo que estaba pasando en su país.
Las protestas fueron un reflejo de un cansancio que parece haber llegado a su límite por la crisis del coronavirus. Esta, en las últimas semanas, ha colocado a Cuba entre los países que tienen más casos registrados según la cantidad de población, incluso pese a que se sabe que los registros oficiales no reflejan la situación real, y que muchos fallecimientos por covid-19 se producen en los domicilios particulares, sin recibir atención médica, y que en los hospitales no hay medicamentos.
Aunque muchos calificaron a las protestas de “inéditas”, la verdad es que se trata de la segunda vez porque la primera fue el 5 de agosto de 1994, en el llamado “Maleconazo”, la única masiva que enfrentó Fidel Castro después del triunfo de la revolución en 1959.
Pero Fidel no era Díaz-Canel. Al día siguiente de los hechos, luego de enfrentamientos y detenciones, aquel histórico gobernante cubano se presentó en el lugar y, con su innegable carisma, logró apaciguar las protestas y hacer que se extinga en dos días.
Las protestas del 11 de julio duraron más y se prolongaron incluso a EEUU. En la isla, los enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas del orden se saldaron con un muerto y varios heridos. Como es costumbre allí, no se divulgaron datos oficiales de estos choques.