Durante las fiestas patrias se produjo un cambio que, aunque parezca meramente material, tiene un profundo significado en virtual a lo que quiere decirse con el simbolismo tan eficazmente manejado desde hace varios años.
La Asamblea Legislativa Plurinacional dejó de funcionar en el histórico edificio del Palacio Legislativo o Congreso Nacional de estilo neoclásico, como se lo conoció desde su fundación en 1905, para trasladarse a un edificio moderno, a pocos metros de allí, de 27 niveles integrados por 22 pisos y cinco en el subsuelo.
Como no se podía esperar de otra manera, legisladores del Movimiento Al Socialismo (MAS) calificaron a la histórica infraestructura que abandonaron como “representante de un Estado colonial, republicano y racista”, ignorando la última etapa de la historia de ese edificio, donde, pese a todo, incluso de la discriminación que todavía campea en el país, se visibilizó un proceso de inclusión social, el mismo que llevó a campesinos e indígenas de todo el país a ocupar los clásicos curules en las cámaras de diputados y senadores. El cambio se ejecutó allí, en ese viejo cuanto histórico edificio, y no precisamente en las calles y con las armas que muchas veces fueron planteadas como única solución para resolver las diferencias políticas.
Ya desocupado, el viejo Palacio Legislativo pasará a convertirse en museo, para que los niños y jóvenes lo visiten y conozcan su historia, aseguran representantes de las directivas camarales.
La construcción del nuevo edificio fue impulsada en anteriores legislaturas por el mismo MAS, en una decisión similar a la que llevó a Evo Morales, cuando era presidente, a construir la denominada Casa Grande del Pueblo, para trasladar allí las oficinas donde funciona la Presidencia y varios despachos del Poder Ejecutivo. Igual que ocurre ahora con el Palacio Legislativo, en 2018 el Gobierno de entonces abandonó el histórico Palacio Quemado, al que también calificó como símbolo del Estado colonial.
La llamada Casa Grande del Pueblo es una construcción de 24 pisos en un estilo arquitectónico de dudoso gusto que marca un desafortunado quiebre estético con un centro histórico paceño que se caracterizaba por las construcciones de estilo colonial clásico. La diferencia entre aquel y el viejo cuanto histórico Palacio Quemado es notable y, desde el punto de vista patrimonial, representa un atentado al concepto de paisaje visual. Lo propio ocurre con la infraestructura de la que nos ocupamos ahora.
Al margen de las consideraciones estilísticas o estéticas, la construcción del nuevo edificio que albergará a la Asamblea Legislativa Plurinacional es una señal contradictoria de quienes se dicen representantes de los más humildes: construcciones opulentas, gigantes y costosas en un país pobre que tiene otras prioridades y necesidades que atender, peor aún en tiempos de pandemia.
Tanto el Palacio Quemado como el Palacio Legislativo de Plaza Murillo en La Paz respondían sin ninguna dificultad a las necesidades de los poderes Ejecutivo y Legislativo del Estado. ¿Hacía falta destinar millonarios gastos del Estado para levantar esas construcciones? El país no es la Suiza que Evo Morales decía que se convertiría, no pasamos del tercer al primer mundo ni nos sobran los recursos para lujos innecesarios y ofensivos para un pueblo que no tiene hospitales, como se pudo comprobar durante la pandemia del coronavirus.
Pero está visto que existen corrientes políticas a las que no les gusta, sino que les encantan los símbolos de la opulencia, como estos edificios, que en cualquier otro país podrían ser calificados como un insulto a la pobreza.