Curiosamente, el Gobierno nacional, que tenía como bandera política el antiimperialismo y la condena del capitalismo, ahora ha decidido recibir la asignación de 326 millones de dólares del otrora odiado Fondo Monetario Internacional (FMI), símbolo de la intromisión neoliberal.
Como en las antiguas películas de vaqueros, cuando el Gobierno boliviano estaba rodeado por los chunchos de la escasez de divisas y el déficit fiscal, llegó la caballería del imperio y los salvó. Este dinero cae del cielo cuando no se consiguió ni un centavo de la cooperación internacional ni tampoco de los mercados privados. Recordemos que el Gobierno había previsto, en el Presupuesto General de la Nación 2021, obtener 5.750 millones de dólares. Ante esta lluvia de platita, algunos dirán, con tono bíblico, que “la necesidad tiene cara de hereje”. Otras malas lenguas afirmarán que hasta en el paraíso revolucionario “por la plata baila el mono”.
Cualquiera que sea la razón, por el momento estos recursos irán a reforzar las reservas internacionales (RI) del Banco Central de Bolivia (BCB) que estaban muy debilitadas y con tendencia a la baja. Y sin duda alguna, esta es una buena noticia para las expectativas de los agentes económicos. El riesgo de devaluación se aleja. En un solo día, las RI subieron a 5.021 millones de verdes. Todos respiramos más tranquilos, pero el desafío de conseguir recursos frescos continúa. La recuperación económica no será sostenible sin la plata que necesitamos de afuera.
Pero mucha gente con razón se preguntará: ¿De dónde vino este dinero salvador? ¿Será que el FMI, cansado del fracaso del neoliberalismo, decidió abrazar las causas del Socialismo del Siglo XXI y entregar una especie de bono (Little John Pinto, international version) a las naciones siguiendo las enseñanzas de Bolivia? ¿O, se trata de una deuda encubierta que paga intereses y ajuste cambiario? O la pregunta más polémica: ¿es esta una operación similar a la hecha por el gobierno de Áñez, por la cual se está procesando a mucha gente y se metió a la cárcel a un viceministro? Vamos por partes, como recomienda el descuartizador.
El FMI es una sociedad internacional compuesta por 184 países que promueve la integración económica mundial con un capital financiero propio. Cada país miembro tiene una participación o cuota en este organismo a través de los derechos especiales de giro (DEG). Estos son activos de reservas internacionales que sirven para complementar las reservas oficiales de los países miembros. Por ejemplo, la cuota de Bolivia es de 0,05% o sea 240 millones de DEG. Estas reservas pueden ser utilizadas, por países miembros del Fondo, en momentos de crisis.
Por ejemplo, en el 2009, el FMI asignó 137,3 DEG o 255,9 millones de verdes a Bolivia. En esa oportunidad registramos este valor como deuda externa pública (con pago de intereses y variación cambiaria). La operación no fue aprobada por la Asamblea Plurinacional, aunque se consideró un crédito.
En el 2020, durante el gobierno de Áñez, también producto de la crisis, Bolivia volvió a usar sus DEG que fueron monetizadas en dólares (327 millones de dólares), a través de un mecanismo que se llama Instrumento de Financiamiento Rápido (IFR). En esta oportunidad, el MAS echó el grito al cielo y dijo que esta era una deuda que tenía condicionamientos que vulneraban la soberanía nacional y no quiso aprobarlo en la Asamblea Legislativa, a pesar de que los técnicos del gobierno de Áñez se desgañitaron explicando que esta era un intercambio de monedas (Swap) y no un crédito. Tampoco de nada sirvió que altos funcionarios del FMI afirmaran que no había condicionalidad. Pero Janiwa Janipuniwa. ¡Nica! ¡No way in hell! ¡Juicio a los vende patrias! Y de paso se les devolvió su sucio dinero a los vampiros neoliberales, pagándoles 24 millones de dólares adicionales debido a diferencia del cambio DEG/dólares. ¡Qué putsss!
Ahora, en agosto de este año, el Fondo volvió a asignar 326 millones de dólares a Bolivia. El Gobierno aclara que estos recursos no fueron pedidos por ellos, sino que fueron dados de motu proprio por los imperialistas. Y como decía Marx, no Karl sino Groucho: “A equino, objeto de un obsequio, no se le aquilatan las piezas odontoblásticas”. Además, la nomenclatura de la burocracia oficialista jura que no se trata de una deuda, a pesar de los antecedentes del 2009 y que varios de los reglamentos del BCB y el FMI hablan de pago de intereses. Ciertamente la polémica será eterna, pero prevalecerá, por ahora, la versión del Gobierno de que es un bono por buen comportamiento y no una deuda. No va a faltar quien afirme que esta operación financiera es la prueba de que el FMI se postró, decúbito prono frente al glorioso modelo económico, social, comunitario, productivo.
Para finalizar, dado que, como se dice técnicamente, ya “soltaron las trenzas” ideológicas en el oficialismo, esta sería una buena oportunidad para ir más allá de puchitos que nos dio el FMI, que no está mal, pero podríamos utilizar estos recursos para apalancar un crédito de 3.000 millones con los ahora brothers del FMI. Se dice que los muchachos del Fondo ya no son los de antes y ya no ponen condicionalidades extremas. A ellos también se les aflojó la ideología.
Asimismo, se debe volver a explorar la posibilidad de emitir bonos soberanos en los mercados privados. La asignación del FMI puede que haya mejorado nuestro perfil crediticio y ahora puedan prestarnos a tasas de interés más bajas. Bueno, el hecho es que se necesitan recursos externos. Ya no es posible seguir aumentando la deuda interna a costa de los recursos de las AFP y cobrando impuestos a la vejez como es el caso de la devolución de los fondos de pensiones.