El conejo en la cara de la luna

Gabriela Canedo V. 24/10/2021
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Alguna vez y en algún momento de nuestra vida, nos hemos dado a la tarea curiosa de descubrir e identificar la imagen del conejo en la luna. Asimismo, nos hemos preguntado: ¿cómo llegó hasta allí? En varios grupos prehispánicos existen leyendas sobre la morada eterna del conejo en la luna, como es el caso de los chinantecos, mexicas, mayas, tzeltales, mixtecos, purépechas, entre otros. Uno de los estudiosos por excelencia de la cosmovisión y mitos mesoamericanos fue el maestro Alfredo López Austin, quien falleció hace pocos días. En su libro “El conejo en la cara de la luna” recoge distintas versiones sobre este mito y otros del mundo mesoamericano.

Cuenta la leyenda teotihuacana que antes de que hubiese día, se reunieron los dioses en Teotihuacan y decidieron que un dios rico Tecuzitecatl, y un dios pobre y buboso, de nombre Nanahuatzin serían los encargados de iluminar la tierra. A ambos los sometieron a una serie de penitencias, y finalmente les ordenaron que se metieran al fuego. Tecuzitecatl tuvo miedo, así que primero lo hizo Nanahuatzin y, viendo su valentía, Tecuzitecatl se animó a echarse al fuego. Los dioses se sentaron entonces a esperar de qué parte saldría Nanahuatzin; miraron hacia oriente y lo vieron salir como sol muy colorado y resplandeciente. Volvieron a mirar hacia oriente y vieron salir a Tecuzitecatl igualmente deslumbrante.

Al principio los dos irradiaban por igual. Los dioses quedaron perturbados. No era conveniente que hubiera en el cielo dos astros que alumbraran con igual fuerza. Por ello, acordaron que el brillo de la luna fuera disminuido y uno de los dioses fue a golpear con un conejo la faz de Tecuzitecatl, y desde entonces su luz quedó ofuscada y la cara del astro conservó la figura del conejo. Todos se quedaron quietos sobre la tierra; después decidieron morir para dar de esa manera la vida al sol y la luna. El sol saldría durante el día y la luna más tarde.

Otra versión narra que Quetzalcóatl, el dios grande y bueno, se fue a viajar una vez por el mundo en figura de hombre. Como había caminado todo un día, a la caída de la tarde se sintió fatigado y con hambre. Pero todavía siguió caminando, hasta que las estrellas comenzaron a brillar y la luna se asomó a la ventana de los cielos. Entonces se sentó a la orilla del camino, y estaba allí descansando, cuando vio a un conejito que había salido a cenar. Quetzalcóatl tenía hambre y el conejo noble se ofreció a ser la presa que la sacie, por su gesto noble, el dios lo levantó alto, muy alto, hasta la luna, donde quedó estampada la figura del conejo. Después lo bajó a la tierra y le dijo: Ahí tienes tu retrato en luz, para todos los hombres y para todos los tiempos, como premio a tu bondad.

Finalmente, entre los chinantecos, se relata que Sol y Luna eran dos niños, hermano y hermana. Los pequeños Sol y Luna mataron al águila de los brillantes ojos: Luna tomó el ojo derecho, que era de oro; Sol recogió el ojo izquierdo, que era de plata. Tras mucho caminar, Luna sintió sed. Sol prometió a su hermana decirle dónde había agua a condición de que permutaran los ojos del águila; además, le impuso la condición de que no bebiera el agua hasta que el Cura conejo bendijera el pozo. Luna desobedeció y su hermano le golpeó el rostro con el Cura conejo; a esto se debe que luna tenga hoy la cara manchada.

Estos bellos relatos, en sus diversas versiones, constituyen un mito, López Austin explica, al respecto, la relación entre elementos “el conejo es el animal asociado con el licor fermentado –el pulque–, con el sur y con la naturaleza fría de las cosas; y la luna es el astro relacionado con la embriaguez y con las transformaciones de los procesos de fermentación, con la menstruación y el embarazo”. Ambos seres, entonces, han estado milenariamente vinculados con temas similares.

El historiador sostenía que lo interesante del mito es la función que cumple: explicar los misterios profundos de la vida. Además, ofrece al ser humano la seguridad de que su interpretación del mundo es la correcta. De esta manera, el mito se origina como una respuesta racional a las necesidades humanas. Nuestra especie se encuentra, constantemente, intentando comprender el mundo y tratando de explicar lo inexplicable.

Alfredo López Austin fue uno de los pilares de los estudios de Mesoamérica, interesado por estudiar los pueblos indígenas y los dioses. Hace unos días partió. Gracias a él, podemos entender el afán perseverante de los pueblos mesoamericanos, de pensar su entorno y crear los mitos que gozan de una estética particular. Nos quedamos con los mitos, del tlacuache, del conejo en la cara de la luna, y otros, retratados de manera hermosa. López Austin señalaba que “en los mitos y su creación hay algo oculto, que se cubre con lo estético y lo bello”. Porque ¿acaso no son hermosos los relatos de como el lepórido llegó a morar en la luna?

 

* Es socióloga y antropóloga.

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