De la noche a la mañana, la empresa Minera San Cristóbal (MSC) pasó a ocupar lugares de privilegio en la agencia mediática nacional porque, sin aviso previo, un consorcio de empresarios bolivianos comunicó que está en negociaciones para comprarla.
De concretarse la venta, esta sería una de las noticias del año debido a sus connotaciones económicas. Para entenderlo basta decir que, según datos del Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), la minería es el rubro con el mayor porcentaje de exportaciones del país. Hasta julio de este año, representaba el 52% de las exportaciones frente al 22% de los hidrocarburos. De este último porcentaje, la mayoría corresponde, precisamente, a San Cristóbal, que es, de lejos, el principal exportador de Bolivia.
Desde hace unos meses, la plata no hace sino subir sus cotizaciones. Al cierre de operaciones del mercado de Londres, su precio había rebasado la marca de 24 dólares por onza troy y la tendencia se mantenía al alza. Es, justamente, la cotización de la plata la que ha determinado que se intensifique el trabajo extractivo en el Cerro Rico de Potosí.
Las operaciones de San Cristóbal no están a la vista de todos porque, por una parte, se trata de un emprendimiento privado y, por otro, están ubicadas en la provincia Nor Lípez de Potosí, casi en la frontera con Chile, pero se supone que su actividad también ha experimentado un alza que va a la par de la intensidad de trabajo.
A partir de ahí, resulta por lo menos llamativo que la japonesa Sumitomo Corporation Group. hubiera iniciado negociaciones para vender su paquete accionario. ¿Es coherente que una empresa se venda cuando incrementa sus utilidades? Depende de muchos factores.
En el pasado, la MSC ayudó a labrar fortunas sin siquiera iniciar la fase de extracción de minerales. Los mecanismos que algunos utilizaron para obtener beneficios fueron el secretismo respecto a sus operaciones y la especulación. Ese fue el caso de Thomas Kaplan, a quien contactaron en su momento los ingenieros Johnny Delgado A. y Scottie Bruce. Kaplan no tuvo necesidad de entrar a la mina para ganar millones. Reunió el dinero para viabilizar la operación y fundó Apex Silver Mines, cuyo principal activo era el proyecto San Cristóbal, que todavía no arrancaba.
El principal problema de San Cristóbal es que el yacimiento estaba en el pueblo mismo. La solución para eso fue moverlo, con templo incluido. A partir de ahí, pudo desarrollar su trabajo, a cielo abierto, con notorias ganancias. En 2009, Apex se declaró en quiebra y vendió sus acciones a la Sumitomo. Kaplan se retiró con una fortuna que se estima llega al billón de dólares.
Ayer, al comunicar que estaban en conversaciones para comprar San Cristóbal, los empresarios Luis Fernando Barbery y Orlando Careaga revelaron que el tiempo de vida del proyecto se había extendido del 2024, cuando debía cerrar operaciones, al 2050. Eso no es sorprendente si se toma en cuenta el carácter de los yacimientos del occidente boliviano que tienen origen en el mioceno, cuando se formaron las cordilleras, pero sus minerales, de origen volcánico, se remontan al ordovícico. Por efectos de ese fenómeno geológico, yacimientos como el del Cerro Rico y San Cristóbal alcanzan tranquilamente para mil años, de los que el primero ya ha consumido casi la mitad mientras que el segundo recién ha comenzado a operar.
Si las proyecciones son tan halagüeñas, ¿por qué quieren vender? La MSC jamás reconocerá que tiene ese propósito, que habría sido motivado por una supuesta inseguridad jurídica, pero se sabe que hay más ofertantes, entre los que se cuentan el venezolano Carlos Gil y Jhonny Delgado, que fue uno de los que contactaron a Kaplan al principio. Ahí entraron los bolivianos que, al exponerse públicamente como una alianza oriente-occidente, pintan ahora como la mejor opción.