Cuando parecía que se había “reinstalado” en el acontecer político del país la disputa simbólica por las banderas, amenazando reeditar manifestaciones de radicalidad e intolerancia mutuas, emergió un factor inédito de acumulación de la voluntad colectiva. La defensa de la propiedad privada devino el eje de acumulación del descontento de la sociedad, ante el propósito oficialista de aprobar un conjunto de leyes destinadas a perseguir y someter, ya no solo a los opositores sino al conjunto de la sociedad.
Ni el “maquillaje” de denominar a la ley “de lucha contra la legitimación de ganancias y financiamiento al terrorismo” logró engañar a la sociedad; desde diferentes sectores económicos se advirtió que se apuntaba a implementar el principal ideario político ideológico del partido de gobierno, “el socialismo”; si bien con un retraso que, según sus “asesores externos”, habría sido la principal causa de la caída de Evo Morales el 2019, al no tener el Gobierno pleno control de los factores de poder.
Esta urgencia del régimen por acelerar la radicalización del “proceso de cambio” tiene en lo político su principal motivación; sabe el Gobierno que las múltiples crisis que enfrenta la sociedad boliviana no podrán ser gestionadas en un marco plenamente democrático, situación que lo lleva a endurecer su accionar, consciente de que no tiene margen para resolver los enormes problemas del país. Dirá “mejor ahora que más tarde”, considerando que el respaldo del 55% obtenido el 2020 lo pierde aceleradamente y, en escenarios de concertación, acuerdo y pacto con las fuerzas de oposición (como la sociedad boliviana lo pide desde el inicio de la gestión), perdería su voto duro y la posibilidad de alcanzar sus objetivos, ya no solo en el plano político nacional sino geopolítico internacional.
Es el típico “salto hacia adelante” al que los radicales empujan, tachando a las otras alternativas de claudicación y derrota. El MAS no irá al encuentro, a la reconciliación, al acuerdo; para ellos, la única salida es radicalizar el “proceso de cambio” rumbo al “socialismo del siglo XXI”, con todo lo que ello implica: estatismo, centralismo, extractivismo, populismo, autoritarismo, no importando mucho si el disfraz es étnico, regional o social.
Así, se puede entender por qué el interés en generar disputas étnico culturales por los símbolos patrios, por qué exacerbar (de nuevo) el regionalismo, por qué ahondar los rencores sociales; la confrontación debe ser el factor que les permita acelerar su proyecto de poder.
Esto no es novedad, es lo que advierte la sociedad boliviana luego de haber vivido los 14 años de gobierno de Evo Morales; pero también es producto de las enormes facilidades que hoy existen para enterarse del acontecer internacional vía los medios virtuales y las redes sociales; los latinoamericanos y los bolivianos estamos al tanto de lo que es capaz el “socialismo del siglo XXI”.
Algo más, estar informados no es suficiente para explicar la reacción de la sociedad boliviana. Se trata de la experiencia de vivir en “libre mercado” desde 1985, fecha desde la cual la economía del país nunca más volvió a ser la misma. Hoy, cuando el común denominador de las movilizaciones es la defensa de la “propiedad privada” es posible entender los efectos de aquella política que tiene como a sus principales exponentes a los gremiales, transportistas, cooperativistas, cuentapropistas y otros. Actores económicos que ahora se oponen terminantemente a que le toquen los bolsillos o pongan en duda su patrimonio. Se trata de la adscripción al libre mercado, al lucro, al capitalismo, al emprendimiento y por supuesto, al empleo y al salario generado por las fuerzas del mercado. Es la conciencia colectiva que reconoce que la riqueza se alcanza trabajando y ahorrando, y no despilfarrando como lo hace el Estado; es el resultado de largos años de insistir y perseverar en actividades productivas y de servicios que les abre un horizonte de bienestar.
Es la nueva Bolivia que, luego de largos años de decepciones, asume que la ilusión del “proceso de cambio” se ha marchitado. ¡¡¡Cambia, todo cambia!!!
* Es miembro de la Plataforma UNO -
Oruro,