El paralelismo: una vieja táctica

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 19/12/2021
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Tres de nueve acepciones de “paralelo” en el Diccionario de la Lengua Española parecen referirse a lo mismo: “correspondiente, semejante, análogo”; “semejanza, correspondencia o equivalencia entre personas o cosas” y “persona, situación o cosa parecida o semejante a otra”.

Sin embargo, y como explican los filólogos, semejante, o parecido, es simplemente eso, pero no significa “lo mismo”. Se parece, pero es otra cosa. Y aunque explicado así resulta sencillo, en política tiene sus complejidades.

El paralelismo es una estrategia que se usa para reemplazar algo por otra cosa, y se intenta hacer creer que se trata de lo mismo.

El paralelismo no puede aplicarse a las personas, que, en el marco de su individualidad, son diferentes unas de otras, como se ha visto en tantos casos a lo largo de la historia. Los más conocidos y recientes en el continente son los de Cuba, donde la muerte de Fidel Castro dio paso a que su hermano tome el poder —que lo cedió después a un delfín— y Venezuela, en donde la muerte de Hugo Chávez solo sirvió para que su régimen sea más pantagruélico con un sucesor que varias veces ha caído incluso en el ridículo. En Bolivia, el afán de un grupo de políticos de mantenerse en el poder en la Alcaldía de Santa Cruz de la Sierra ha dado lugar a que se extienda el mandato de Percy Fernández hasta niveles insostenibles.

Entonces, el paralelismo se limita a las instituciones. Con más frecuencia de la que quisiéramos ocurre que, cuando una institución no puede ser manejada por un partido político, entonces este organiza una similar, con el afán de reemplazarla o superponerse a ella. Esta figura se ha visto mucho en los sindicatos, especialmente en aquellos que no pueden ser controlados por los patrones que, a su vez, ante esa situación, motivan la creación de otros en su intención de volverlos más complacientes con ellos.

Un sindicato es una “asociación de trabajadores para la defensa y promoción de sus intereses”, por lo tanto, la antípoda del patrón, su némesis. A partir de ahí, no se puede concebir que exista un sindicato complaciente con el patrón porque a este es al que se le piden concesiones para los trabajadores. Por esa razón también es inconcebible que el sindicato de sindicatos, que en Bolivia es la Central Obrera Boliviana (COB), esté de la mano con el gran patrón del Estado, que es el Gobierno.

Pero cuando el patrón no consigue reclutar al sindicato, como el MAS hizo con la COB, se intenta crear una organización similar, paralela. En términos sindicales, a eso se le llama “paralelismo sindical”, una práctica tan repudiada por los trabajadores que se considera una falta grave en los estatutos orgánicos.

Como se ha visto abundantemente a lo largo de los últimos 15 años, al MAS no le importan los estatutos; en otros pasajes de estos tres lustros en el poder, tampoco ha respetado leyes e incluso la Constitución Política del Estado. Ha ido también más allá violando principios de la ética, por ejemplo, cuando quiso extender unos mandatos, pese a que la Carta Magna no se lo permitía. 

Así fue que esta misma sigla política ha impulsado los paralelismos sindicales en aquellas organizaciones sociales que no puede controlar. Y por eso eventualmente aparecen no solo sindicatos, sino comités cívicos paralelos que, generalmente, no encuentran credibilidad en la gente y más tardan en crearse que en disolverse.

El último intento en ese sentido ha sido el “comité cívico popular” que trató de posesionarse en Santa Cruz, donde los habitantes de ese municipio ejercieron resistencia directa y el presidente del MAS, Evo Morales, que había planificado viajar a esa ciudad a posesionar a la directiva, debió cancelar su vuelo.

Así como le fue bien en otros casos, esta vez lo intentó en Santa Cruz, pero fracasó estrepitosamente. Eso no significa que no lo vaya a intentar de nuevo.

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