Es difícil cerrar este año. Fue año muy difícil desde una perspectiva personal, pero también fue duro para todos. Pandemia, crisis económica, tensiones políticas, falta de horizonte. Este es mi último artículo del año, me tomaré unas semanas de descanso. Vuelvo en enero. Para terminar de manera diferente, he decidido escribir un artículo dedicado al futuro representado por los jóvenes, en general, y en los quieren estudiar economía, emprendimiento o negocios internacionales, en particular.
Escribo desde la nostalgia. Ofrendaría mi libro más querido de macroeconomía y mis apuntes más prolijos de microeconomía para volver a sentir la sensación, de enorme libertad y sano miedo, que se produce cuando uno da el primer paso para elegir una carrera. Comenzar una carrera en ciencias sociales es una aventura maravillosa, especialmente en un país que necesita cambios radicales: revolución tecnológica y productiva, desarrollo verde e inclusivo, más democracia, especialmente desde lo local.
Encontrar una vocación no es una tarea sencilla. Uno no despierta un bello día de verano y descubre que quiere ser economista, administrador, emprendedor, antropólogo, ingeniero financiero o profesional de los negocios internacionales.
Por lo menos en mi caso no fue amor a primera vista con la economía, más bien fue un enamoramiento lento, saboreado a cada materia que pasaba, sembrado de dudas e inseguridades, fue como aprender a tomar buen vino, sorbo a sorbo, degustando todos los recovecos del tinto, hasta descubrir que si uno vino al mundo y no toma vino, ¿a qué vino?
Por lo tanto, mi pasión por las ciencias sociales y la economía es y fue construida en dosis homeopáticas. Digo más, creo que uno no es economista o sociólogo cuando termina su curso. En realidad, se “está” economista en cuanto uno mantiene la llama de la indignación intacta frente a los problemas de nuestra sociedad, y cultiva el virus de la inquietud intelectual buscando una constante actualización e innovación en la profesión. Hoy se diría: cultivar el aprendizaje de por vida. Pero sobre todo, se “está” economista si uno “ama de pasión” el trabajo que hace. Lo mismo debe ocurrir para otras profesiones en las ciencias sociales. Además cabe recordar que en tiempos de globalización, la fila de las ideas avanza muy rápidamente, por lo que hay que acompañar los cambios siempre, incluso a la tierna edad de 80 años.
Mi oficio principal es ser profesor universitario y muchos padres de familia acuden a mí legítimamente preocupados sobre el futuro profesional de sus retoños. Me manifiestan que sus hijos no saben qué estudiar. Dudan entre economía, creación y desarrollo de empresas o ciencias políticas. Siempre respondo que la duda es un signo de salud mental, y que si nuestros jóvenes de 18 años supiesen exactamente lo que quieren, deberíamos comenzar a preocuparnos.
A una temprana edad, las dudas son buenas y se van disipando, poco a poco, con información y experimentación. La deliciosa enfermedad de la juventud sólo se cura con el tiempo. Por eso es recomendable elegir una universidad que ofrezca un programa flexible de materias en los dos primeros años, así un cambio de carrera no es costoso ni desde el punto de vista financiero ni desde la perspectiva del tiempo.
En mis primeros años de estudio de economía estuve seducido seriamente tanto por la sociología como la historia, y la ciencia política me coqueteó descaradamente. Debo reconocer que fui presa fácil, cedí a las tentaciones y tomé muchas materias de estas otras ciencias. Esta experimentación enriqueció mi formación.
Me arrepiento de no haber cursado más materias de filosofía, emprendedurismo, creatividad o tecnología. En mis épocas estas últimas materias recién se comenzaban a impartir, ahora existen muchas más posibilidades. Así que, hay aprovechar estas oportunidades, porque ahora uno estudia no sólo para buscar trabajo, sino para crear empleos para otros. Ahora se pueden tomar materias diferentes en universidades del mundo. Con la consolidación de la educación virtual oferta se ha vuelto prácticamente infinita. Muchas de ellas son gratuitas.
Creo en la multidisciplinariedad de las ciencias sociales. Un economista puro puede ser más cuadrado y aburrido que ascensor sin espejo, con la foto de Hugo Chávez. De estos hay muchos, y por alguna razón inexplicable, casi todos están en el Gobierno actual y creen que han inventado un nuevo modelo de desarrollo desempolvando cadaveres de los años 50, como el programa de substitución de importaciones.
Redoble de tambores, coro de ñustas vírgenes en do mayor: La economía estatista. ¡Cómo no se nos ocurrió antes! O del otro lado un YouTube de Javier Milei gritando “Viva la libertad carajo”, liberen los mercados que lloverá prosperidad automáticamente.
Por razones que aún no comprendo, Bolivia parece atraer con enorme talento los fundamentalismos ideológicos. Esto también se da en nuestras universidades.Sé que en buena parte del mundo están de moda los extremos y la visión casi religiosa de la política y la sociedad, pero en nuestro país nos tocan los fanáticos más avezados y estridentes.
Durante los 15 años de los gobiernos de Morales y Arce, sin medida ni clemencia, se nos ha bombardeado con la filípica del proceso de cambio, vulgo populismo o fundamentalismo de Estado. La tentativa de adoctrinamiento fue feroz. Y ahora que, muy lentamente y de manera dolorosa, estamos en el proceso de desintoxicación del fanatismo desarrollista, desde el otro lado del espectro ideológico está lista la nueva droga: la vuelta del fundamentalismo neoliberal.
La persistente pobreza y desigualdad social, el lento crecimiento económico, el extractivismo, el desastre de la justicia, la destrucción del medioambiente, la carencia de salud y educación, la corrupción y otros males que heredamos de los gobiernos de Morales y Arce y del fondo de nuestra historia por fin tendrán la cura final. ¿Adivinen qué? Pues liberar todos los mercados, volver a las coquetas privatizaciones, devaluar la moneda inmediatamente, inclusive cerrar el Banco Central de Bolivia.
En fin, eviten los fanatismos y fatalismos ideológicos como de esos que ahora levantan el puño como los gatitos chinos en chifas o aquellos que repiten los mantras de los evangelistas y terraplanistas de la economía. En suma, el mundo es diverso y heterogéneo y hay que estar preparado con los instrumentos y la sensibilidad para entenderlo y transformarlo. Este año escribí 46 artículos, usé aproximadamente 50 mil palabras para decir lo mío. Mil gracias por su compañía y feliz Año Nuevo, nos vemos en enero.