El cambio de año y los festejos

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 31/12/2021
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El calendario y la medición del tiempo son convenciones sociales. A lo largo de la historia, el ser humano encontró la manera de medir el paso de los días basándose, primero, en la salida y la puesta del sol y, después, observando los cambios de los cuerpos celestes y el planeta mismo, la medición se extendió a la suma de los días. Así nacieron los conceptos de semana, mes y año.

Pero los calendarios no se fijaron caprichosamente. Desde que las personas aprendieron a distinguir los climas, en periodos que llamó estaciones, y a entender el movimiento del sol, la luna y las estrellas, pudo fijar el transcurso del tiempo de manera más o menos homogénea. Por eso es que en culturas distintas, que nunca tuvieron contacto entre sí, se encuentran similitudes en la forma de medir el tiempo.

Y aunque la base sea científica, el calendario y la medición del tiempo son, nomás, invenciones humanas. Los años existen porque las personas tomaron el conjunto de los días para llamar semanas a siete de estos y meses a 30 o 31, con excepción de febrero. Un periodo de 365 días —o 366 en los años bisiestos— es considerado un año que tiene un principio y un final. El cierre de uno es el principio de otro, y eso es lo que se festejará esta noche.

¿Es útil el calendario? ¡Desde luego! Su mayor utilidad está en la producción de alimentos, que sube en efectividad si se toma en cuenta el paso de los días y el comportamiento del clima. Y el transcurso de los años sirve, entre muchas otras cosas, para controlar el ejercicio de los derechos y el cumplimiento de las obligaciones. Así funcionan los plazos, que ayudan a la sociedad a ordenarse.

El final de un año y el principio de otro se consideran un hito. Tras el lapso de 365 días, o de 366, termina y de inmediato comienza otro. Es un reinicio, un simbólico comenzar de nuevo que ayuda a la sinergia de las personas y, de esa manera, tiene influencia en su comportamiento.

Hasta antes de la pandemia, la llegada del Año Nuevo era todo un acontecimiento. En muchas ciudades del mundo la gente salía a las calles, a lugares de concentración específicos, con el fin de presenciar el cambio de año mediante recuentos públicos en los que participaban cientos, miles de personas. La cuenta regresiva, de los últimos minutos del año viejo a los primeros del nuevo, se había convertido en un ritual que transmitían los medios de comunicación social.

Este año, como el anterior, las cosas han cambiado.

Los propósitos de festejar la llegada del Año Nuevo se han vuelto a truncar por la misma razón que se apagaron en 2020: la pandemia de covid-19 no se ha mitigado y el retorno a la normalidad sigue siendo un sueño difícil de alcanzar.

No se puede negar que las malas noticias, en el sentido de que hay que volver a imponer restricciones, representan una desilusión para los millones de personas que creían que la vacunación iba a permitirnos celebrar de una mejor manera el fin de 2021 y el inicio de 2022. Pero, hay que admitir que, esta vez, los culpables de lo que está pasando no son los gobernantes sino los gobernados.

Las vacunas cuestan pero, por razones de interés público, se han puesto a disposición de la gente de manera gratuita. Pese a eso, es alto el porcentaje de gente que no se ha vacunado. Cuando se les pregunta por las razones de su resistencia, sus respuestas son mayoritariamente inverosímiles. Aunque no lo confiesen de manera abierta, muchos creyeron las versiones disparatadas que difunden sin parar los antivacunas.

Como la gente no se vacunó en la proporción que se esperaba, los contagios volvieron a dispararse y los festejos públicos, en la mayoría de los casos (hablando de Bolivia), han sido prohibidos. Los seres humanos inventamos el calendario, pero seguimos siendo incapaces de entender cómo funciona la ciencia.

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