Vacunas: Todo está comprobado

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 02/01/2022
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Este 2022 se cumplen 226 años desde que el doctor Edward Jenner comenzó a experimentar con la vacuna como una manera de reducir el impacto que causaban las enfermedades, tanto en las personas como en las sociedades de las que ellas forman parte. Más de dos siglos durante los cuales se han realizado experimentos y pruebas de laboratorio, perfeccionando cada vez más el método científico, para llegar a una verdad irrefutable: las vacunas sirven para mitigar las enfermedades, no para provocarlas ni empeorarlas.

Es preciso repetir algo que ha quedado claro hace décadas porque, pese a que estamos en pleno siglo XXI, todavía existen personas que no entienden cómo funcionan las vacunas. Es más, en el 2021 recién pasado se ha llegado a extremos que sobrepasan todo lo que se pueda considerar ridículo; por ejemplo, se dijeron barbaridades como que la vacuna es un chip para controlar a la gente, que la sustancia inoculada puede causar esterilidad —o tener otro tipo de efectos secundarios— o, peor aún, que puede convertir a las personas en seres sobrenaturales, como los míticos hombres-lobo.

Se ha llegado a niveles inauditos como la reproducción hasta el hastío de noticias falsas. Está aquella de que la tasa de mortalidad en Israel, como consecuencia del covid-19, es muy elevada, pese a que el 100% de su población se ha vacunado. En contrapartida, las informaciones provenientes de esa región dan cuenta de que, hasta noviembre de 2021, se vacunó al 52% de la población con la primera dosis, pero la aplicación de las de refuerzo —o tercera dosis— estaba bajando considerablemente la tasa de mortalidad.

La humanidad acaba de pasar un nuevo cambio de año, por lo menos para la gran cantidad de países que emplean el calendario gregoriano, y la pandemia sigue tan vigente como antes. Hay países que volvieron al confinamiento para bajar las altas tasas de contagio provocadas, presumiblemente, por la variante ómicron. Las naciones del Primer Mundo —que son las que preveían dar por superada la pandemia a más tardar hasta mediados del año que se inicia— han admitido que ese objetivo todavía llevará un tiempo. Y la mayoría también reconoce que la razón para ese retraso es que no se ha alcanzado la denominada “inmunidad de rebaño” por la simple y llana razón de que hay gruesos porcentajes de la población que se niegan a vacunarse y, en este punto, las razones son varias, partiendo de los argumentos en defensa de las libertades ciudadanas y las creencias equivocadas de que las vacunas son perniciosas.

Veamos los primeros argumentos, los de las libertades. Es cierto que a nadie se le puede obligar a vacunarse, porque esa es una decisión personal; sin embargo, esa libertad está colisionando con un derecho humano, el del acceso a la salud. Quienes integran una sociedad tienen el derecho a no contagiarse y, si se vacunan, pero finalmente terminan contagiados por alguien que no se vacunó, entonces la libertad de no vacunarse está atentando contra el derecho colectivo a la salud. A partir de ahí, los gobiernos no solo están facultados, sino que tienen la obligación de asumir políticas públicas que garanticen que la mayoría se vacune. Ese es el argumento, estadista y científico, que respalda la decisión asumida por el Gobierno boliviano en el sentido de exigir el carnet de vacunación para el acceso a los servicios públicos.

Los otros argumentos, que se decantan por el supuesto perjuicio de las vacunas, han sido superados científicamente desde hace más de dos siglos. Todas las pruebas realizadas con las vacunas han demostrado que son beneficiosas y disminuyen el impacto de las enfermedades.

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