La mayoría de la gente prefiere vivir con las mentiras que los gobernantes armaron desde los tiempos más remotos, porque no todos podrán acomodarse a una verdad que, la más de las veces, resultará difícil de manejar.
Y es que, con el paso de los años, las mentiras se convierten en parte de la vida diaria y, como las aceptamos tal como vienen, asumen la forma de verdades. Si viene alguien a advertir que las cosas no son como nos las contaron, y como las repetimos diariamente, entonces ese alguien es incómodo, porque nos está mostrando una realidad diferente a la que conocimos.
Veamos, por ejemplo, las fiestas recién pasadas, Navidad y Año Nuevo. En ambas, las familias se reunieron, pese a la covid, y tuvieron momentos de paz y reencuentro. Imagínense si a alguien se lo ocurría decir que ambas festividades, tal como se las vive ahora, son ajenas a nosotros y que la primera, la de la natividad del Señor, incluso fue utilizada como una manera de cubrir cultos originarios, tanto en Europa como en América. Para ridiculizar a ese tipo de personas, Hollywood ha creado un personaje, el “Grinch”, el que odia las navidades. Si alguien habla de su origen, le dirán que es un amargado, un “Grinch” que es incapaz de sentir y contagiar la felicidad de las Pascuas.
Y después está el Año Nuevo, que es la consecuencia del calendario que fue impuesto por el Papa Gregorio XIII a partir de 1582. Hasta entonces, se empleaba el calendario juliano, que estaba basado en el egipcio.
El Imperio Español fue el primero en aplicar el calendario gregoriano y eso incluyó al Perú, del que formaba parte el territorio hoy boliviano. Se trata de un calendario con bases grecorromanas, lo que explica el origen de los nombres de los días y de los meses.
Como los americanos tuvimos nuestros propios calendarios, con sus respectivas fiestas, el gregoriano, que es el que utilizamos ahora, es ajeno, aunque nos hayamos apropiado de él con el paso de los años. Decir eso, sin embargo, es convertirse en un tipo antipático, indeseable.
Y esa sensación de antipatía se repetirá siempre que se toque las historias que ya nos llegaron armadas, sin dar opción a interpretarlas.
¿Qué tal si les digo que el imperio incaico estaba basado en una dictadura teocrática? ¿y qué si afirmo que Simón Bolívar y Antonio José de Sucre fueron libertadores de otros países, pero no de Bolivia? Lo primero es que dejarán de hacer es invitarme a sus fiestas y reuniones, porque seré considerado un tipo aburrido, y lo segundo es que me etiquetarán como un tipo amargado, disconforme o, peor aún, me lanzarán acusaciones al estilo de “es un creído” o “está desesperado por llamar la atención”.
La mayoría hará muchas cosas y no me tomará en serio. Preferirá seguir repitiendo las mentiras del pasado, porque así seguirá en su zona de confort.
Yo, terco como una mula, seguiré mostrándoles las mentiras que encontré.
* Es Premio Nacional en Historia del Periodismo.