El “software” de Dios

A TI, JOVEN CAMPESINO Pedro Rentería Guardo 14/01/2022
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Los siglos, mejor las generaciones, han intentado de mil maneras conocer el misterio de Dios. Desde aquellas miradas de nuestros ancestros al infinito con las que pretendieron ganarse dones divinos, intentando interpretar la magia de los astros, hasta los credos actuales con sus liturgias, ritos y artes sublimes. El ser humano se ha empeñado en la vana tarea de entender los senderos insondables de Dios.

Y el cielo repetirá una y otra vez: “Pues sus proyectos no son los míos y mis caminos no son los mismos de ustedes, dice Yavé” (Isaías 55,8).

Cuánto desearía, amiguitos del hogar-internado, ahora en receso vacacional de verano, que las muchas palabras de la Biblia fueran guías, faros, en el navegar diario. Y una de esas palabras nos recuerda que no podemos meter a Dios en nuestros esquemas tan humanos y tan frágiles, como alguna vez hemos comentado en las clases de valores, que tanto disfruto junto a vosotros.

Las matemáticas de Dios son extrañas. Me refiero a los cálculos que su computadora celestial realiza sondeando nuestras acciones. Hay un “software” que, seguro, Él maneja con precisión y sabiduría.

Quienes tenemos la oportunidad, como educadores, de acercarnos a jóvenes, y no tan jóvenes, con existencias desarregladas, donde las infracciones (robos, violaciones, asesinatos, consumo de drogas) causaron víctimas y desgarraron vidas, tenemos también la posibilidad, en muchos casos, de ser testigos de su mejoría y reinserción, gracias al trabajo de profesionales expertos en el ámbito de la justicia restaurativa.

Se trata, por tanto, de restaurar –reparar– el daño producido, pero igualmente de restablecer el orden, la armonía y los buenos proyectos e ilusiones en el caminar de ese joven o adulto que cometió el delito.

Ya sé que es duro este planteamiento para las víctimas y sus familiares. De hecho, a pesar de las muchas dificultades sufridas, pongo un ejemplo, por ese adolescente internado en un Centro de Reinserción –abandono de sus padres, abusos, pésima economía, humillaciones– y que le han influido en su comportamiento, la sociedad no dejará de exigirle una profunda transformación de vida para no volver a delinquir. No se trata de parapetarse en las desdichas familiares de antaño.

A nivel más común tenemos, también los educadores, los encuentros educativos con menores en ámbitos de colegios, internados, escuelas deportivas, parroquias, etc. Sería vuestro ámbito, changuitos a quienes escribo. Aunque me leen más los adultos, creo.

En este caso no somos testigos de grandes tropelías, por supuesto. No son cárceles como las de los adultos, ni Centros de Reinserción para adolescentes, ni Hogares de Acogida para niños en situación de calle. No faltarán, claro, situaciones controvertidas originadas también por familias desestructuradas y por ambientes de barrio donde los comportamientos rozan la transgresión. Y hoy, el uso compulsivo de las nuevas tecnologías –léase celular–, inundan a las chicas y chicos en contenidos diversos en los que abundan todo tipo de experiencias, algunas desafortunadas. 

Permitidme volver al “software” de Dios. Imagino vuestras sonrisas pícaras. Con su programa Él escanea estas dos realidades: las infracciones graves de unos y los devaneos más superficiales de los otros. Este Papá-Dios quiere entender, justificar y ayudar a todos. Su amor está por encima de nuestras debilidades, grandes y pequeñas. Y observa un fenómeno curioso del que quiero hacerme eco.

Me preocupa la “bondad”, la normalidad, el día a día de jovencitos que llevan una vida no merecedora de Centros de Reinserción. Son los que participan –insisto– afuera, en el colegio, en el internado, en el equipo deportivo, en la catequesis parroquial… Pero en su interior brilla la crítica, la hipocresía, el disimulo, la mentira, la presunción de pretender ser más que los demás, el desorden en sus vivencias más íntimas.

Vidas vacías y retorcidas en ambientes nobles de entrenamiento sensato para la vida. 

Dios sabe. Él entiende. Comprende. Conoce, como decimos, nuestra masa, nuestro barro. Siempre dispuesto a perdonar, a reencontrarse con sus hijos. Porque sus planes no son los nuestros. Pero líbreme Dios –decía la abuela– de gentes con ese fondo, con esa trastienda encrespada que difícilmente reconocerá el error ni se planteará otras actitudes mejores. ¿Serán dignas de redención?

Estemos seguros de que el software divino tiene aplicaciones compasivas que intentan recuperarlas. Así que, chavales, esta columna es hoy aviso para nativos digitales. Para vosotros.

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