Es cosa sabida que en el mundo están definidos dos sistemas de administración de los diferentes Estados, uno el socialista y el otro el de capitalismo que fomenta el libre mercado. En el primero, es el Gobierno el que se ocupa de todo, inclusive de la producción de bienes y servicios, lo que en el segundo esa labor está en manos de la iniciativa privada, dejando para el Gobierno el papel de ente regulador y fiscalizador, así como las empresas estratégicas.
Por supuesto que cada país decide lo que conviene y los ciudadanos están cada vez más divididos y luchan por tomar el poder que, especialmente en el sistema socialista, cuando lo alcanzan no lo quieren perder por nada del mundo y buscan cualquier argumento para mantenerlo “respetando la democracia”, lo cual por supuesto es un absurdo y debería respetarse la Constitución que es la ley de leyes en todos los países del mundo. Ejemplos cercanos en nuestra América son Estados Unidos, al que llaman maldito imperio, en el que a ningún presidente se le ha ocurrido prolongarse en el poder, y Venezuela, a cuyo mandatario no lo pueden sacar ni con grúa. Intereses, intereses hasta internacionales.
Pero, yendo al título de esta nota, se puede asegurar que la ley de la oferta y la demanda está siempre vigente. Adam Smith, el economista clásico en su libro “La riqueza de las naciones” escrito en el año 1776, afirma que esta ley es el principio básico de la economía de mercado y que el punto de equilibrio es cuando la oferta y la demanda están balanceadas. En ambos sistemas de gobierno funciona la ley, guste o no guste. El famoso D.S 21060, puesto en vigencia a un alto y penoso costo social, se lo implantó para ordenar la economía boliviana y de alguna manera sigue vigente.
Por supuesto que se pueden poner limitaciones y regulaciones para evitar abusos, especialmente en los artículos de primera necesidad, pero cuando un producto escasea es caro y cuando abunda, los precios bajan en proporción a la demanda. No hay otra y eso ocurre en ambos sistemas y en todas partes, en mayor o menor grado.
Un claro ejemplo es el de las divisas indispensables para el comercio exterior, para las importaciones y exportaciones que se registran en las balanzas comerciales. El dólar, a pesar de los esfuerzos, no ha podido ser sustituido por ninguna otra moneda hasta hoy día. Cuando se establece el control de cambios aparece de inmediato el mercado paralelo y por supuesto se ponen sanciones para quienes hacen negocio con las diferencias entre el valor oficial y el del mercado llamado negro, pero mientras mayores son las amenazas y sanciones, mayor es el precio de la moneda extranjera. Tenemos varios casos en los países vecinos y por supuesto en el nuestro ha habido tristes experiencias.
En Argentina, por ejemplo, en ese hermoso país que ni los políticos lo pueden destruir, es seguramente donde más se repite el subibaja. El cambio oficial por dólar es de 107 pesos y el paralelo fluctúa entre 200 y 206; es decir, el doble. Parece que no hay control en el mercado paralelo porque la tradicional calle Florida de Buenos Aires está llena de casas de cambio, en las que también funciona la ley de la oferta y la demanda.
La conclusión de esta nota es sencilla, pero importante. A la ley de la oferta y la demanda no se la puede matar con controles ni con bala. Se la modera con medidas económicas, igual que el contrabando.