Debido a las restricciones de la pandemia, el Carnaval no comenzó este año con la anticipación de los anteriores. Esta vez, el desenfreno se desató en el “Jueves de Comadres”.
Y, como ya estamos en el Domingo de Carnaval, no queda más que expresar nuestros sinceros deseos de que estos festejos, que se prolongarán hasta el martes —y hasta el subsiguiente fin de semana en las áreas dispersas—, no acarreen saldos lamentables ni mucho menos de pérdida de vidas humanas.
Como las cifras policiales lo demuestran contundentemente, el alarmante incremento de la criminalidad en nuestro país está directamente vinculado con el excesivo consumo de bebidas alcohólicas que sube en estas fechas, razón por la que, a riesgo de caer en lugares comunes, es pertinente llamar a festejar sin excesos.
Como se sabe, Bolivia tiene una alta tasa de feminicidios, tan elevada que sitúa al país en un ignominioso segundo lugar en la recurrencia de estos delitos cuyas víctimas son las mujeres. Esos informes también señalan que la violencia contra la mujer —que puede llegar a degenerar en crimen— es incentivada por el consumo de alcohol.
Todas estas referencias deberían ser suficientes para que la gente, particularmente los varones, tomen conciencia de lo peligrosos que podrían resultar los excesos en los carnavales y midan su accionar, pero, lamentablemente, la reflexión es un elemento que escasea en estas fechas.
Y es que, a la inversa de lo que ocurría en tiempos pretéritos, ahora el exceso es la norma y la abstinencia, o el consumo moderado, una excepción. Esa es la consecuencia del evidente deterioro de los valores morales y el incentivo de conductas más bien hipócritas.
En ese marco se inscribe, por ejemplo, la repetida intención de frenar los espectáculos de desnudistas o estríper, que se han convertido en algo común, precisamente para el “Jueves de Comadres”. El intento, que debe tener por lo menos el número 3 no solo provocó rechazo sino, fundamentalmente burlas porque resulta un anacronismo en una sociedad en la que se pretende conseguir la igualdad entre hombres y mujeres. Lo que se tendría que pensar, especialmente entre los varones es que, si estos pueden disfrutar de espectáculos similares, las mujeres pueden hacer lo propio. Sin embargo, lo que prima en Sucre es un puritanismo mal entendido, o la actitud hipócrita del que piensa que es moral suprimiendo los actos que considera inmorales.
Habrá que recordar, y admitir, que el Carnaval es una fiesta de permisividad. Sus orígenes son tan diversos como las culturas que poblaron y pueblan el planeta, pero existen dos denominadores comunes, sus vínculos con las cosechas y el culto a las divinidades.
Es falso que el Carnaval haya llegado con los invasores. En nuestro continente, como en Europa, ya existían celebraciones vinculadas a la cosecha en las que se daba rienda suelta a los excesos como una manera de expresar alegría. Lo que hizo la Iglesia católica fue acomodar cada festejo a su propio calendario y, así, el Carnaval se convirtió en la fiesta que precede a la Cuaresma cuando, en realidad, es más antigua que el cristianismo.
El hecho es que el Carnaval es la fiesta en la que, por regla general, “todo se soporta” y es por ello que en esa temporada se suelen cometer excesos. Pero hasta el libertinaje tiene un límite y el más importante de todos es la vida humana. Cuando los excesos atentan contra la vida, entonces hay que poner un alto. Pensemos más en cuidar la vida.