La muerte cierra ciclos y eso fue lo que ocurrió el jueves 10 de marzo de 2022: se acabó la historia del “soldadito boliviano” que mató al Che Guevara.
Yo empecé a conocer a Mario Terán Salazar en 2013, cuando el diario El Mundo, de España, me dio la tarea de localizarlo. Tuve que estudiarlo lo suficiente como para buscarlo después, en los archivos del Registro Civil de Bolivia, que hoy se llama Servicio del Registro Cívico (Serecí).
Terán murió, y eso cierra su historia, aunque a mí me deja muchas dudas, especialmente sobre la conducta que en torno a él tuvo buena parte de la sociedad cruceña.
Cuando ya lo había encontrado, en 2014, me di cuenta de que eso no era una sorpresa para mucha gente de Santa Cruz. Parecía que sabían dónde estaba y parecía que no querían incomodarlo. Incluso después de su muerte, solo se publicó la noticia, pero ningún medio se esforzó en ir hasta su casa y tomar fotos del velorio, que es lo común en los obituarios de famosos. Y Terán lo era.
Dos cosas me quedan en claro de esta experiencia periodística: la primera es que don Mario era la pieza clave de una historia de mentiras que lleva el sello del Che. El 10 de octubre de 1967, su cadáver fue mostrado al mundo, con el torso desnudo, con la versión oficial de que murió en combate. Mentira. Guevara había sido ejecutado el día anterior por uno de los soldados del batallón que lo capturó. Ese hecho, revelado en diciembre de ese año por una revista francesa, fue el que determinó que Terán se escondiera, obviamente por órdenes superiores.
Pero luego vino la otra mentira: la creación del mito del guerrillero heroico que llegó hasta nuestros días amplificado por la mercadotecnia capitalista. A la mayoría nos atrapó en las universidades y nos hizo adscribirnos a una historia que, según escribió Paco Ibáñez, era la de un hermano, el que mató el “soldadito boliviano”. Más aún… aquel crimen alevoso forjó una figura todavía más grande, “San Ernesto de la Higuera”.
¿Qué tan ciertas son las historias sobre el Che? Incluso la de la maldición se estrella de bruces en el hecho de que su ejecutor murió de viejo, sin desgracias de por medio. Y la historia, que evoluciona a medida que se la investiga, ya le está pasando factura. Hoy en día se habla más de sus crímenes que de su heroísmo.
Lo segundo que me queda claro es que si hoy, en 2020, El Mundo o cualquier otro periódico me pidiera buscar a una persona desaparecida, no lo podría encontrar por la sencilla razón de que el gobierno de Evo Morales –al que nunca le interesó saber dónde estaba el hombre que mató al Che– le puso candados a los registros del Serecí desde que estalló el escándalo de su hijo con Gabriela Zapata. Otro día contaré esa historia.
* Es Premio Nacional en Historia del Periodismo.