Chile tiene un nuevo presidente que, en muchos aspectos, es diferente a los que le precedieron. Pero, hay matices importantes que es necesario señalar; por ejemplo, si bien se autoproclama de izquierda, como Salvador Allende, a diferencia de este tiene a su juventud como uno de los pilares del gobierno que inauguró el pasado 11 de marzo.
En los términos de la correlación de fuerzas de un país tan desigual como el suyo, Boric ha asumido un desafío que parece muy complicado de cumplir: “redistribuir la riqueza”, tal cual enfatizó en su discurso desde La Moneda. Pero al menos, en sus definiciones —y camino a los hechos concretos que la gente de abajo y más abajo espera— el joven mandatario no va a ponerle la lápida a una etapa que lo tuvo como protagonista central. Lo dijo comprometiéndose desde los balcones que defendió Allende en 1973: “Este gobierno no va a marcar el fin de las marchas, vamos a seguir andando y el camino, sin duda, va a ser largo y difícil”. Admitió que la calle lo impulsará en los cambios que se propone y le marcará sus debilidades y titubeos si los tuviera. No es poca cosa para un político tan joven, de 36 años.
A propósito, la Confederación de Estudiantes de Chile (Confech), la mayor organización universitaria del país, conocida por ser sumamente aguerrida en las últimas décadas, concretó hace pocos días un paro y una marcha con el propósito de exigir más ayudas sociales para ese sector.
Se trató de la primera movilización social en contra del nuevo gobierno de corte progresista, y el hecho no fue menor porque el todavía joven Boric fue un destacado líder cuando era estudiante de la Universidad de Chile, hace nada más que una década.
Fieles a su estilo, como cuando él mismo encabezaba las protestas por una educación más igualitaria y menos costosa, o que el Estado garantice tanto su calidad como su gratuidad, los universitarios salieron a las calles y, sobre esto, precisamente, Boric aclaró que apoya esa clase de manifestaciones. No podía decir lo contrario.
Tras solo dos semanas en el poder, de acuerdo con la más reciente encuesta del Centro de Análisis de Estudios de Mercado (Cadem) de su país, la desaprobación de Boric ascendió al 30%, una cifra que representa un incremento del 10 % en la última semana, según informaron medios de comunicación chilenos.
Eso, en lo interno. En lo externo, el Presidente chileno se ha mostrado firme en sus declaraciones respecto a los temas que Bolivia juzga pendientes. Primero, propuso a nuestro país retomar las relaciones diplomáticas. Dijo que considera “absurdo” dos naciones vecinas no las tenga “hace tanto tiempo”.
Bolivia perdió su acceso al mar hace mucho tiempo, con la invasión chilena, en la Guerra del Pacífico. Por eso cada 23 de marzo reivindica su derecho a retornar al Pacífico. Las relaciones diplomáticas se quebraron en 1978, cuando el entonces presidente Hugo Banzer así lo decidió y, desde ese año, se limitan al nivel de consulados, no de embajadas.
El fallo de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) de La Haya, en 2018, tras la demanda impulsada en 2013 por el expresidente Evo Morales, representó un duro revés para los intereses bolivianos. Sobre esa base, los chilenos se han mostrado más reacios a tocar este tema, pese a que las autoridades nacionales consideran que la Corte reconoció que la situación territorial marítima entre ambos países está aún pendiente y estableció la necesidad de construir diálogos al respecto.
Boric, cuando habló del asunto, dijo: “Chile no negocia su soberanía, como me imagino no hace ningún país. Entiendo que el presidente (Luis) Arce tenga que decir ciertas cosas, pero a lo que yo le he invitado, y creo que hay buena disposición de parte ambos, es a no poner la carreta delante de los bueyes”. Antes, el mandatario boliviano le había planteado —según aseguró Arce— una agenda que incluye la cuestión del mar.
Todo indica que no será fácil lograr una negociación favorable con Chile, ni siquiera entre amigos socialistas.
