Nuestra Universidad

Gastón Solares Ávila 01/04/2022
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Ha pasado el aniversario de nuestra ilustre Universidad San Francisco Xavier de Chuquisaca, ¿quién no le debe algo? Todos somos herederos de su prestigio y de lo que ha hecho a lo largo de casi cuatro siglos formando profesionales, difundiendo y generando cultura, así como movimiento económico en la región.

Sin embargo, todos también sabemos que, como todo en nuestro medio, su imagen no es la de antes, ni el lugar que ocupó en nuestra América y en nuestro país, pero esta nota no tiene la intención de referirse al tema académico, el más importante por cierto, sino a lo que ha hecho y sigue haciendo en la conservación de nuestro patrimonio arquitectónico.

Hace ya varios años, se discutía  sobre la conveniencia de construir una ciudadela universitaria, tema que finalmente quedó resuelto porque acertadamente se determinó convertir Sucre en ciudad universitaria. Por ello, se compraron viejas casonas que se fueron adaptando a las necesidades de cada carrera o facultad. Se hizo mucho y se hizo bien, pero…

No puede faltar el pero, porque también se hicieron muchas cosas y se siguen haciendo ignorando las características que nos distinguen como ciudad turística. Las construcciones que hace la Universidad no respetan las disposiciones sobre patrimonio.

Felizmente, el nuevo edificio del Instituto Experimental de Biología ha tapado al construido anteriormente, que era una verdadera aberración, aunque la altura del que ha quedado cubierto sobrepasa la de los demás edificios, lo que es una prueba irrefutable de lo afirmado en el párrafo anterior.

En las últimas gestiones, se ha despertado en las autoridades universitarias una afición incontrolable por el ladrillo, como si estuviéramos en Boston, ciudad en la que la característica es precisamente el ladrillo, pero bien terminado y de color natural, no como el naranja con el que se ha pintado la Facultad de Economía, al lado de la cual se construyó hace algunos años un espantoso tinglado que se ve desde todas las partes altas  y constituye un insulto a la ciudad y a la Universidad, que insólitamente sirve de parqueo sombreado para seis automóviles. Increíble.

Hay muchos otros malos ejemplos y por supuesto también hay muchos buenos, pero los citados son realmente el colmo y  tienen solución. Pero para ello se requiera profesionalismo, buen criterio y, por supuesto, recursos que si existen para hacer  disparates, deberían también existir para corregirlos.

* Por viaje del  autor al exterior del país, esta columna se retomará a fines de abril.

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