Inscrita en una de las paredes que resguarda el patio principal de la modesta casa donde vive el expresidente de Bolivia Jaime Paz Zamora se lee el versículo de Isaías 33,16, referido a la promesa para quien hubiese conducido su vida con rectitud: “habitará en lo alto, tendrá su fortaleza en un picacho rocoso con abasto de pan y provisión de agua”; lo que es paradójicamente coincidente con el bellísimo picacho de la campiña tarijeña donde se encuentra la casa, rodeada tanto de vecinos panaderos como de las serpenteantes aguas del río Guadalquivir.
Ningún gobierno dentro de un sistema democrático se encuentra exento de la controversia y el severo señalamiento de la oposición, pues en eso precisamente consiste la democracia, y el gobierno del expresidente que gobernó Bolivia entre 1989 y 1993 no fue la excepción a esta regla, pues fue objeto de muy serios cuestionamientos, tanto así que en pleno curso de su gestión tuvo que hacer el reconocimiento público de “haber cometido errores, mas no delitos”.
Sin embargo, Paz Zamora, que acaba de cumplir 83 años y sortear favorablemente un serio inconveniente de salud, representa para todos los bolivianos una ‘rara avis’, y ello por más de un motivo, entre algunos: ser el último Presidente elegido democráticamente que pudo terminar su mandato, no haber acumulado muertos en el curso de su gobierno, puesto en práctica los nombramientos por 2/3 parlamentarios que establecía la Constitución, el descubrimiento por la propia YPFB del megacampo gasífero San Alberto, la aprobación de la Ley Safco que hasta hoy dicta la manera de administrar el Estado, la ratificación del Pacto de San José de Costa Rica y la jurisdicción de la CIDH en Bolivia en materia de DDHH, haber salido a recibir en persona a la 1ra. Marcha Indígena por la Dignidad y el Territorio de los pueblos del oriente, y la obtención del Puerto de Ilo en el océano Pacífico.
Otro signo particular de Paz Zamora es el de ser un expresidente que no está preso, exiliado en el extranjero, ni en curso de enjuiciamiento por causa de sus actos presidenciales; situación que es tremendamente inusual en toda nuestra historia nacional, donde la regla para el destino de los expresidentes es precisamente la contraria.
Ahora bien, habida cuenta de todo esto, y más allá de las grandes simpatías y ácidas discrepancias que genera Jaime Paz, ¿cuál es el valor y mensaje que él y su presidencia pueden representar para la Bolivia de hoy, y sobre todo para nuestra juventud?
Sin duda alguna es el hecho de su reivindicación constante de que la causa nacional principal debe ser la preservación y desarrollo de un auténtico sistema democrático, donde entre el Gobierno y la oposición de turno existan mínimos estándares de respeto y tolerancia, pese a sus radicales diferencias ideológicas, puesto que el emprender una lucha sin cuartel y de aniquilamiento del bando contrario, finalmente, avizora un desenlace muy bien conocido por nuestra historia nacional, consistente en el ejercicio recurrente a la violencia política, la ruptura del orden constitucional y, finalmente, el descarte del sistema democrático para conducir el destino de nuestra nación, imponiéndose simple y llanamente la ley del bando más fuerte, y ello de manera siempre precaria y provisional.
Esta receta antidemocrática resulta, además, intrínsecamente injusta, éticamente inmoral y pragmáticamente ineficiente para alcanzar niveles de desarrollo y bienestar.
Ese el testimonio y la prédica de este excepcional expresidente boliviano hacia todos los bolivianos, sobre todo para los jóvenes. ¿Estaremos dispuestos a reconocerlo?
* Constitucionalista, profesor de Derecho y exprocurador general del Estado.