Viva Santa Cruz

Guillermo Mariaca Iturri 09/05/2022
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El Festival de música renacentista y barroca de las Misiones es uno de nuestros héroes culturales. Y como en el oriente boliviano los podemos contar con los dedos de una mano, atentar contra su sostenibilidad es, brutalmente, intentar que ese mito fundacional de la identidad oriental entre en crisis. Es ciertamente posible que la operadora material de ese atentado sea, como afirma Carlos Hugo Molina, una “burocracia estúpida y destemplada”. Pero concluir que esa agresión ha generado “empoderamiento y apropiación de la gente”, y que “cada vez son más los ciudadanos bolivianos que están abriendo los ojos para decir basta a estos perros del hortelano especializados en sembrar ignorancia” porque, paradójicamente, sembrarían “justa rebeldía”, es demasiado optimismo.

Los héroes culturales son aquellos procesos o personajes o eventos fundacionales que nos dotan de identidad comunitaria. Sin héroes culturales no hay patria, grande o chica, pero patria. Al mismo tiempo, sin héroes culturales no hay nación que integre las diferencias regionales y locales. Porque de eso se trata. Una nación solo existe si las diferencias existenciales conviven cobijadas por la democracia que enseña a respetarlas, a quererlas, a valorarlas. En cambio, una nación entra en crisis cuando el totalitarismo trabaja exitosamente para cancelar las diferencias convirtiéndonos a todos en un mismo uniforme mental y afectivo capaz de concebir la vida como una guerra de exterminio del enemigo democrático.

Nosotros, hoy, vivimos en un país en el que la conducta totalitaria ha contaminado hasta el aire que respiramos. Por eso, atentar contra uno de los héroes culturales, contra una de las raíces de la democracia, forma parte del sentido común de buena parte de nuestra gente que habita ‘naturalmente’ y se alimenta con esa conducta desde una complicidad raigal. Y como la cultura es la raíz de la democracia, una prioridad totalitaria es persistentemente agredirla para inviabilizar la diversidad. No nos equivoquemos, no subestimemos a la serpiente fascista. Quien trabaja desde la subjetividad para eliminar a nuestros héroes culturales es nuestra pasividad, nuestro conformismo, el miedo que atenaza nuestra rebeldía.

La historia de la humanidad está llena de hegemonías totalitarias. Llena de personajes y procesos que han seducido con sus fundamentalismos a generaciones enteras. No debemos subestimarlas. No debemos caer en sus cantos de sirena. La “justa rebeldía” de noviembre 2019 o la respuesta activa de toda la gente que participa en el Festival son reacciones emocionadas y compromisos valiosos, pero no respuestas políticas, no actos conscientes, no estrategias sostenibles. Por eso estamos como estamos. Por eso el MAS ha vuelto, como si nada, al rumbo de la victoria electoral.

No estoy viviendo la cotidianidad del Festival, no estoy respirando su aire libertario, quizá mi pesimismo democrático se relativizaría compartiendo uno de los conciertos. Algunos amigos me dicen ‘qué lindo, qué hermoso, la acción y el talante creativo nacen del empute responsable y de la militancia ciudadana”. ¿Será? No creo. Cuando termine el Festival, por estos lares termine el Gran Poder, y en las tierras potosinas y chuquisaqueñas se teja el último de los tejidos para que esa mirada no se extinga, seguiremos ensuciados de fascismo y contaminados de guerra. Seguirán enviando a la Bienal de Venecia para representarnos a un pintor de baratijas y a sus dos hijos y aquí no pasó nada. Seguiremos siendo cómplices involuntarios de los asesinatos de Marco Antonio Aramayo y José María Bakovic.

Pero cuando por obra y gracia del Festival y de todos nuestros héroes culturales miremos a los ojos a la serpiente del fascismo y le digamos, como Marco Antonio, “jamás voy a negociar mi honra; eso no tiene precio; soy inocente y no se van a salir con su gusto permitiéndoles que me auto-humille”, ese día, el Festival será vitalmente nuestro y bailaremos en las tierras del Gran Poder y tejeremos nuestros delirios más maravillosos. Solo entonces.

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