Como se sabe, Sucre tiene un parque con temática del periodo cretácico en atención a las huellas y otros restos de ese tiempo prehistórico encontrados en Cal Orcko. Se trata de un atractivo turístico que, en tiempos normales, recibe una gran cantidad de visitantes, particularmente del interior del país.
Pero ahora, debido al escándalo que afecta a las instancias de dirigencia de la universidad pública, resulta que existe otro Parque Cretácico, uno en el que están dinosaurios, seres de tiempos pasados que, sin embargo, siguen ejerciendo poder e influencia: se trata de los estudiantes que permanecen más tiempo del debido en las universidades.
Hasta ahora, el caso más extremo parece ser el del máximo dirigente de los universitarios de Bolivia, Max Mendoza Parra, que ingresó a la Universidad Mayor de San Simón (UMSS) en 1990 y, desde entonces, no hace sino reinscribirse permanentemente, pero no terminó ninguna de las dos carreras a las que se registró. Fue elegido presidente de la Confederación Universitaria Boliviana (CUB) en 2013, en el congreso realizado en Pando. Eso quiere decir que ya lleva nueve años como dirigente.
Es un caso como para inscribirlo en el libro Guinness de los Récords: tenía 20 años cuando ingresó a la universidad y ahora tiene 52, edad suficiente para ser abuelo, pero sigue siendo “estudiante”. Cuando se presenta públicamente como el máximo dirigente de los universitarios, muchos abren los ojos con sorpresa. A él no le importa porque, desde 2018, en un caso único en la historia de la universidad boliviana, gana sueldo por ser dirigente universitario. Y no es cualquier bicoca: en una universidad que se queja por lo magro de su presupuesto, a Mendoza se le paga 21.870 Bolivianos. La suma es exorbitante si se revisa las últimas convocatorias para docentes en las que el sueldo es de apenas 5.000 bolivianos.
Por lo apuntado, y una larga lista de denuncias, Mendoza es el dinosaurio principal, un tiranosaurio que depreda el presupuesto de las universidades a las que dice defender. Su caso ha motivado que los diarios del país vuelvan su vista a sus casas de estudios superiores para ver si existen situaciones similares y los resultados han sido de los más sorprendentes.
Así, en la Universidad Mayor, Real y Pontificia San Francisco Xavier de Chuquisaca se ha encontrado otro Parque Cretácico: la información proporcionada por la rectora en ejercicio, Fátima Tardío, señala que en 2022 se registró a 44.034 estudiantes y, de estos, un total de 5.605; es decir, el 12,7 por ciento, tiene una permanencia igual o superior a ocho años. Para una universidad que se precia de buscar excelencia, el porcentaje es vergonzoso.
Pero, como también apuntó Tardío, la situación es peor en otras universidades. Veamos, por ejemplo, lo que pasa en la Tomás Frías: Para este año, la universidad potosina tiene 24.352 alumnos registrados en todas las carreras, de los que 2.702; es decir, el 11.10 por ciento tienen una permanencia superior a los… ¡11 años!
Aquí encontramos, entonces, una respuesta al retraso en el que permanece Bolivia: la institución llamada a investigar y presentar propuestas científicas de desarrollo, la universidad, se ha convertido en un antro de corrupción en el que cualquiera puede permanecer años, aunque sin aprobar materias, y, de paso, ahora existen dirigentes que se tragan el presupuesto.
A la universidad debería ingresarse a estudiar, pero estos ejemplares, que en promedio representan el 10 por ciento de la masa estudiantil, se inscriben no solo para hacer política sino con el fin de vivir de ella. Si se mantiene este estado de cosas, la putrefacción aumentará y terminará por podrir a todo el sistema universitario.