Después de la noche de San Juan

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 24/06/2022
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Ya se sabe que lo de la “noche más fría” del año es un mito; lo corroboró el Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología (Senamhi) en días pasados, durante una interesante entrevista en Correo del Sur Radio, que puede ser revisada en Facebook. Lo que también quedó en evidencia, anoche, es la enraizada tradición de encender fogatas, pese a los esfuerzos por una toma de conciencia del daño que se le hace al medioambiente con esta vieja práctica.

La noche del 23 de junio, a la espera de la llegada del 24, la mejor de las costumbres manda cada año a reunirse para comer salchichas y, además, tomar sucumbé o canelas, en algunos casos incluso leche de tigre.

Festividad cristiana del nacimiento de San Juan Bautista, ocurrido precisamente una fecha como la de hoy, 24 de junio, en Bolivia la noche de San Juan se consolidó como una celebración pagana, entre familiar y social, propicia para el encuentro con amigos, habitualmente señalada en el hemisferio sur como “la más larga” del año.

Todavía muy arraigada, principalmente en los sectores populares, en los últimos años han ido en aumento las campañas de concientización, tanto estatales como privadas, sobre el cuidado del medioambiente. Pero, por lo visto anoche y esta madrugada, con las densas humaredas provocadas, sobre todo, desde la periferia de nuestras ciudades, lo de las fogatas está aún lejos de ser erradicado.

Esto genera un enorme perjuicio al planeta por los altos valores de contaminación que se registran en la noche de San Juan. A eso se le deben sumar algunas formas de distracción que tampoco ayudan a la preservación del medioambiente, como el uso de pirotecnia. Hubo controles, dispuestos a la cabeza de las alcaldías y sumando a varias instituciones; aunque el esfuerzo estuvo allí y este periódico lo constató, nunca es suficiente ante la grave afectación provocada.

Según ciertas creencias, la noche del 23 de junio el agua se torna “bendita” y el fuego puede disolverlo todo; por eso, mucha gente solía quemar objetos, esperanzada de comenzar de nuevo y con mejores bríos.

Más allá de esto, sea tradición o costumbre, este año —y como los dos anteriores— es particular. Aún estamos padeciendo las consecuencias de la pandemia del coronavirus. Y esta realidad, que —siempre es bueno recordar— ha sembrado luto en todo el mundo, nos hizo cambiar de hábitos, prácticamente, sin excepciones.

Algunas autoridades han venido reflexionando en los últimos días acerca de la necesidad de abandonar la práctica de las fogatas, ya no solamente por la cuestión medioambiental sino también por las implicancias del humo en las personas afectadas por la enfermedad del covid-19. Probablemente esto haya sido más fuerte en los años pasados, porque, en rigor, este 2022 no se ha sentido tanto el necesario mensaje de advertencia que debe bajar siempre desde las más altas esferas de gobierno.

Por lo pronto, se remarcó que están vigentes distintas normas a favor del medioambiente y en contra de las personas inconscientes. Esas disposiciones legales contemplan sanciones para los infractores que, como hemos visto todos, los hubo y no fueron pocos. Habrá que ver si efectivamente se les multa.

No hay tiempo de lamentaciones. Pasó otra noche de San Juan y ahora se impone que las instituciones públicas y todas las privadas, principalmente aquellas relacionadas con el cuidado del medioambiente, con las unidades educativas y las organizaciones sociales, se pongan manos a la obra en una labor conjunta de concientización. Cada una desde sus lugares, pero de manera coordinada, pueden contribuir al logro de este importante propósito para que el próximo año tengamos menos fogatas y juegos pirotécnicos.

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