En defensa del mejor pesimismo

DÁRSENA DE PAPEL Oscar Díaz Arnau 04/07/2022
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“¿Sufres?”. Llevo años pasando cada día, más o menos a la misma hora, por los escritorios de un grupo de periodistas a los que suelo preguntar así, a quemarropa: “¿sufres?”. Parece crueldad, pero los cínicos —los de Antístenes, no los actuales— no tenemos eso; hoy quiero disculparme en público con mis colegas. Si bien con sorna, únicamente busco su respuesta de siempre, la inevitable mirada del habitante de este mundo (la suya, la de todos nosotros), una que, sin embargo, todavía pertenece a alguien. Para mí, ese es un signo de vitalidad: si sufres, estás. No le deseo el sufrimiento a nadie, nada más es nuestra condición humana. Con esta anécdota quiero decir que del mejor pesimismo no se espere sino algo básicamente inofensivo, aunque suene mordiente. El pesimismo es, después de todo, saludable.

Lo siento, el dolor existe. Sé que un esforzado optimismo mueve a no tener esto en cuenta porque asumirlo sería para muchos como ir en contra del imperativo de la búsqueda de la “felicidad”, una que, dependiendo de lo que piense cada uno, puede a su vez existir o no. Schopenhauer dice que, en realidad, la felicidad completa o “perfecta” es un imposible; pero, atentos porque el hecho de no estar muertos ya es una ventaja.

Aceptar nuestra condición de dolientes no significa gozar de la tortura (en este caso sería de vivir), sino simplemente tomar conciencia de lo que somos para sacarle el mayor provecho al tiempo que nos queda por delante. No siempre una visión pesimista de la vida representa una actitud negativa; este es uno de los mayores mitos de la modernidad.

Arrastrado/a por la corrección social al uso, ¿te has convertido en un/a experto/a en enmascarar la realidad con absurdos velos? En el fondo lo sabes, has vivido el dolor una y mil veces y tu destino no es otro muy diferente, y aun así esto no te hace ni te hará menos que nadie. Como sé que te sienta bien el modo optimista, piensa en lo que dijo Schopenhauer (el mejor pesimista): peor sería tu no-existencia.

En general, se habla torpemente, con desconocimiento, del más valioso de los pesimismos. El pesimista sensato no está “en contra” de la vida, solo es alguien que trata de sacar el mayor provecho de ella. Te propongo aprender de “El pesimismo nos hace más fuertes (y mejores)” de Carlos Javier González Serrano: “Ser conscientes del propio mal es comenzar a ser conscientes de nuestra realidad. Resulta imposible cambiar las cosas sin reflexionar sobre el mal, el sufrimiento y los males de nuestro tiempo (o al menos, sin preguntarnos si podemos cambiarlas). El optimismo tiende a dejar todo en su sitio. Es un eficaz mecanismo de pensamiento que nos hace estáticos, que nos deja inermes: todo es tan bueno (o tan malo) como puede ser. El pesimismo y su ejercicio, al contrario, es revolucionario: nos hace ver qué va mal y analiza qué puede cambiarse, permitiendo comprobar e investigar aquellas estructuras —biológicas, sociológicas, políticas o antropológicas— que hacen que el sufrimiento continúe su camino libremente”.

Terminemos con la falsa dicotomía de que pesimismo es sinónimo de “negativo” y optimismo, de “positivo”. Una visión pesimista no tiene que llevar a nadie a la depresión, menos al suicidio; eso ocurre a veces, lamentablemente, pero no debería haber correlación irremediable alguna.

A propósito, parece que a diferencia de González Serrano, de principio creo que nuestros problemas más esenciales no se resuelven, porque este es un mundo sin remedio (a lo sumo, con un poco de cordura —a la que no apostaría para todos—, se puede aspirar a morigerarlo. Ser pesimista, dentro del mejor de los pesimismos, no significa, sin embargo, que no haya nada por qué pelear. Siguiendo la línea de Schopenhauer, individualmente se puede ser menos infeliz, o vivir con algo más que en la absoluta tristeza.

El mejor pesimista, sospecho que al contrario del optimista promedio, tolera, espera con paciencia que cunda la virtud de los que llegan a reconocerse tal como son para, quién sabe, siendo “optimistas”, tener un mañana más llevadero. Citando de nuevo al filósofo alemán, “no hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”.

El pesimismo no puede ser malo si te brinda semejante guía de ruta.

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