El enemigo invencible

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 17/07/2022
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Ante la contundencia de los hechos, el Gobierno ha comenzado, por fin, a movilizar al ejército y personal operativo de la Aduana Nacional hacia la frontera con Argentina. Se trata de una medida ineludible frente a lo que ya es un aluvión del contrabando, el enemigo al que Bolivia nunca pudo vencer.

Lo que está pasando es más que evidente: el vecino país está atravesando por uno de los peores momentos de inestabilidad de su moneda desde el estallido de la crisis en 2001. En la última quincena, el peso argentino sufrió fuertes devaluaciones que han puesto por los pisos el valor de su moneda nacional y obligaron al uso de otras monedas como el dólar, que se comercia en precios fluctuantes en el mercado paralelo y, como pocas veces en la historia, el Boliviano. Debido a la inestabilidad de su propia moneda, los habitantes del norte argentino han comenzado a comprar Bolivianos y a ahorrar en nuestra moneda, utilizando para eso las agencias que los bancos tienen en las ciudades intermedias fronterizas del sur del país.

La crisis que afecta a Argentina es una de las peores de su historia y, en relación a nuestro país, la ha puesto en niveles solo comparables al inicio de nuestras repúblicas, cuando, como describió John Lynch, ese país era “una tierra llena de ganado, (y que estaba) vacía de gente, y su territorio de (entonces) casi 2,6 millones de kilómetros cuadrados contenía en 1820 una población de aproximadamente un tercio de la del Londres contemporáneo”. En aquellos años, Argentina afrontaba una inestabilidad política y, además, debía lidiar con el problema que representaba la Patagonia. Cuando Bolivia se fundó, en 1825, era económicamente superior a Argentina –según Erick D. Langer, profesor de Historia de la Georgetown University, también estaba mejor que Chile, Colombia y Perú– así que no es de extrañar que, cuando Tarija debió decidir a qué país pertenecer, haya elegido al nuestro.

La situación económica de Argentina se ha deteriorado a un nivel similar al de aquellos años. En lo que se relaciona con Bolivia, el impacto más directo e inmediato de la crisis del vecino país se vive en las fronteras y en los mercados de consumo de prácticamente todas las ciudades del país. Si antes de la caída del peso frente al dólar los productos argentinos de contrabando inundaban fronteras y centros de consumo, se prevé que ahora ese cuadro tendrá un carácter aún más dramático en perjuicio de la producción nacional.

Ya se sabe la naturaleza del problema: los productos que ingresan de contrabando de un país con el dólar en las nubes siempre serán más baratos que los nacionales por ese efecto y porque al ingresar por las fronteras no pagan ningún tipo de impuestos, como sí tienen los productos bolivianos.

Por ello, poblaciones fronterizas, particularmente Villazón, en Potosí, y Bermejo, en Tarija, están recibiendo una oleada migratoria nunca antes vista, la de los argentinos del norte que están comprando casas en el lado boliviano para desarrollar doble residencia. Y la multiplicación del contrabando ya no puede llamarse “oleada” sino algo mayor aún, prácticamente un tsunami. 

Hasta ahora, el Gobierno ha preferido mirar a otro lado cuando se habla de contrabando o lo que se ha hecho para combatirlo es muy poco. También ha mostrado una resistencia tenaz a aplicar medidas estructurales como una flexibilización del tipo de cambio del boliviano frente al dólar o considerar alguna reducción impositiva, que de aprobarse permitiría a los productores recuperar cierta competitividad de la industria boliviana. Así, el efecto inmediato sería la reducción del contrabando.

Pero no lo hizo y recién ahora manda, tímidamente, al ejército a la frontera con Argentina. Ojalá no sea demasiado tarde.

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