Estados Unidos y China están, una vez más, enfrentados. La mayoría de los periódicos del mundo estuvo al pendiente de la visita que la presidenta de la Cámara de Representantes del país americano, Nancy Pelosi, terminó realizando a Taiwán por una razón que tiene peso en cuestiones diplomáticas: Beijing reclama a esa isla como propia. La visita, que finalmente se produjo el viernes recién pasado, es interpretada por taiwaneses y chinos como un reconocimiento a la autonomía proclamada, en los hechos, por la nación insular.
¿Hasta dónde llegará la molestia o, en este caso, la furia de China? Es difícil decirlo. Los gobernantes de los últimos tiempos se han vuelto impredecibles y, así como pueden mantener una situación de tensión durante años, de buenas a primeras podrían precipitar las cosas, en cuestión de días, como ha pasado este año en Ucrania.
Se habla de protocolo, de diplomacia, pero la verdad es que la primera y última razón que moviliza a todos es la económica y esa fue, precisamente, la que determinó la invasión de Ucrania el 24 de febrero.
Y, si de economía se trata, habrá que recordar cómo fue que, en 2008, cuando nadie sospechaba siquiera la pandemia que se venía, estalló una crisis financiera global debido al colapso de la burbuja inmobiliaria de Estados Unidos y China salió en su auxilio, sin que nadie objetara diferencias ideológicas.
Como la burbuja inmobiliaria, que era el movimiento cuasi independiente de la economía en torno a las propiedades inmuebles en los países industrializados de occidente, afectó más a Estados Unidos, y prácticamente no se sintió en China, ese país estaba bien parado cuando la bolsa se desmoronó, en 2009. Fue cuando a China le tocó salvar al dólar porque, por una parte, no se sumó a la “liquidación de saldos” que hizo estragos en las bolsas de valores del mundo entero, y, por otra, terminó comprando bonos estatales estadounidenses.
¿Cómo fue que China hizo todos los esfuerzos para ayudar a atenuar el desmoronamiento del capitalismo? Parece difícil de creer, pero, si se lo piensa bien, es lo más lógico, puesto que la base de su economía son las exportaciones de todo tipo de artículos de consumo a Estados Unidos y a Europa. Si los países capitalistas dejan de consumir, el modelo chino también se desmorona.
Por tanto, Estados Unidos podrá ser el adalid del capitalismo y China mantener, por lo menos para las fotos, su supuesto comunismo, pero, cuando se trata de economía, da igual invadir un país rico en recursos naturales o bien apoyar al enemigo, incluso poniendo plata, porque es el principal consumidor de la mayoría de nuestros productos.
Ante las urgencias económicas, no hay lugar para esas sutilezas. No importa que el régimen chino se base en la explotación despiadada de su fuerza laboral, y que las libertades democráticas sean inexistentes en ese país.
Estamos pues ante un fenómeno tan novedoso como significativo. La suerte de la burocracia del Partido Comunista Chino está atada a Wall Street, y viceversa. ¿Qué hubieran dicho Adam Smith, Carlos Marx, Mao Zedong o Hayek ante tan enorme trastrueque de las principales ideologías de los dos últimos siglos? Lo más probable es que habrían tenido que agarrar sus libros y reescribirlos, aunque, desde luego, hay que considerar que, cuando los escribieron eran otros tiempos.
En el tiempo de las ideologías marcadas, la corrupción no se había convertido en la desfachatez más grande de los políticos, y todavía existía lugar para la decencia y allí cabían, también, la dignidad, la ética y el decoro. Hoy en día, las cosas han cambiado y, por ello, todos hacen negocio con todos, en una suerte de orgía economicista que se limpia los mocos con cualquier remilgo.