Bolivia y en América Latina viven un proceso de polarización acelerado. La polarización política divide a la sociedad en dos extremos (izquierda y derecha, por ejemplo), percibidos como irreconciliables. Este tipo de división extrema lleva a la sociedad también a escindirse y, por supuesto, también se produce la polarización ideológica; la política se entiende como guerra de imposición ideas. Las salidas concertadas, los caminos intermedios, las opciones complementarias quedan devaluadas.
En Argentina se utiliza la palabra “grieta” para describir una separación entre partidarios de proyectos antagónicos en lo histórico, social y político. Esta fractura política se traslada al ámbito de la política económica. La polarización frecuentemente es impulsada desde el Estado en la lógica de crear enemigos funcionales.
En el caso boliviano, el Gobierno promueve las dicotomías ideológicas, impulsa la polarización en temas económicos. El estatismo versus el neoliberalismo como único clivaje para entender los desafíos de las políticas públicas.
En el discurso oficial, la única escuela frente a su propuesta alternativa de desarrollo económico es abrazar las ideas de Adam Smith y Milton Friedman. Del otro lado del espectro, el fundamentalismo de mercado agradece y propone soluciones desde el otro extremo. La confrontación se realiza desde las esquinas en base a consigas e insultos confundiendo medios con fines.
Frente a la nacionalización de las empresas estatales solo existe la posibilidad de la privatización. Y viceversa. Del congelamiento del tipo de cambio solo se sale con una fuerte devaluación de la moneda nacional frente al dólar. Para mantener la inflación baja solo existe el camino de los subsidios a los derivados de los hidrocarburos. La única alternativa para salir de los subsidios es un gasolinazo.
En suma, todas estas dicotomías se concentran en los instrumentos: nacionalizar o privatizar, devaluar o no devaluar o cortar o no cortar subvenciones. No se discuten los objetivos.
Es conocido que las metas del desarrollo son mucho más sencillas: que la gente tenga un empleo digno, que aumente la riqueza y la productividad, que la gente tenga buena educación y salud, que no destruyamos el medio ambiente, que exista equidad de genero, que se reduzca la pobreza de manera integral, y otras misiones.
Cuando la política pública se concentra en los objetivos del desarrollo, los instrumentos quedan liberados. Por ejemplo, el objetivo es hacer que la economía sea competitiva y no si se debe o no devaluar la moneda. Así, surgen alternativas de política económica con un sentido más pragmático. Joan Robinson decía: la economía es como una caja de herramientas.
Con el objetivo claro del desarrollo, en el análisis y acción económica cuenta con desarmadores (tipo de cambio), alicates (impuestos, subsidios), llaves (tasas de interés), serruchos (políticas comerciales), martillos (políticas industriales) y varios otros instrumentos.
Con esto en mente, frente a la trampa estatismo vs. privatización –que supone que el desafío central de contar con empresas innovadoras y eficientes se reduce a un tema de propiedad– se debe encarar el reto del desarrollo institucional. Para que funcione lo público o lo privado depende de reglas de juego formales (legislación) e informales (usos y costumbres), de arreglos institucionales. Para un mejor funcionamiento de las empresas, se requiere garantizar derechos de propiedad públicos, privados, colectivos, y hacer cumplir los contratos es decir, instituciones creadoras de mercados. Asimismo, son fundamentales las instituciones reguladoras de las empresas cuando hay monopolios. Está también el desafío de gobiernos corporativos eficientes y transparentes dentro de las empresas y culturas gerenciales basadas en la sana competencia. Los sistemas de incentivos para el aprovechamiento de capital humano dentro de las empresas son claves para su funcionamiento. Asimismo, las empresas funcionarán mejor si hay mercados de capitales eficientes. En suma, lo público o lo privado requiere de un ecosistema volcado a la innovación y el emprendimiento.
Otro caso práctico: la estabilidad tanto monetaria como financiera, en base a una inflación controlada y un tipo de cambio competitivo, se logra a través de la conjunción de varios instrumentos no solamente subsidiando precios de los hidrocarburos o del dólar, como es el caso de Bolivia. Por ejemplo, se necesita una salud fiscal duradera en base a nuevos impuestos a grupos (cocaleros, gremiales y mineros grandes) que pagan poco o ningún tributo. En otros casos, se requerirá bajar impuestos a otros sectores como el turismo o la industria creativa o las energías renovables. Claramente también se precisa un achicamiento de los gastos superfluos del Estado.
La polarización económica vulgariza el debate entre extremos sobre simplificados. Es funcional a una lógica amigo y enemigo que crea sectas que se pierden defendiendo instrumentos y no objetivos de desarrollo.