Un año más se celebró la fiesta de Urkupiña, una fiesta que merece un análisis desde su intersección entre la fe y la economía.
Millares de devotos llegaron desde distintos lugares, como Jujuy, Salta o La Paz, para venerar a la Virgen. No escatimaron esfuerzo económico para hacerlo. Sin importar, por ejemplo, que Argentina tenga una inflación galopante.
Los buses de dos pisos, con matrícula del hermano país, poblaron las calles de Cochabamba y los hoteles quedaron llenos hasta en la última habitación.
Están también los integrantes de las comparsas que no escatimaron un peso para lucir sus trajes de morenos, caporales, tinkus y otras danzas que le hicieron en honor a ella. Pagaron sin chistar la cuota de pertenencia a la “frater”, el dinero para los músicos de la banda y la platita desembolsada para la fiesta en el salón más grande, capaz de albergar a miles de danzarines.
Tampoco faltaron las 50 docenas de rosas o los seis mil lirios que se colocaron en el altar mayor de la iglesia de Quillacollo, todo con tal de celebrarla.
Tampoco el martes 16 faltaron quienes alquilaron un gran martillo, o un combo, para romper a martillazo puro y duro piedras enormes, traídas quién sabe de dónde, para llevarse pequeños trozos, o que gastaron más de 100 dólares para comprar dólares y euros en miniatura, munidos de sus respectivos mini pasaportes y pasajes, con la esperanza que piedras y miniaturas se vuelvan realidad. Se vuelvan dinero, viajes, títulos de propiedad, pasaportes o títulos profesionales.
Y aquí entra en escena esta virgen, la más neoliberal de las existentes. Ella es la que te “presta”, no te regala. Al año deberás volver a pie, en auto, bici, micro, taxi o trufi, para devolverle las piedras que te llevaste, el mini dinero y las réplicas de los micros, trufis o cualquier cosilla que vieron tus ojos y que ese día dijiste “lo necesito”.
Esta virgen no te da dádivas, te presta bajo sendas promesas que debes cumplir a rajatabla. Y tú seguirás endeudándote con ella, acompañado de un sinfín de “cutivueltas” justificando que no le diste la pensión familiar a tu ex porque tenías que “cumplirle a la virgen”. O te harás a la olvidadiza respecto a la cuota del “pasanaku”, que le debes a tu “amigui”, pero sí tuviste el dinero para hacerte el más fastuoso traje de caporal, o comprarte la chuchería más bonita, y a ella efectivamente devolverle el favor conseguido, porque ella “es milagrosa y todo te cumple”.
Rara relación entre fe y comercio. Después de todo, María encarna el rol de madre, como quien da la vida y ama incondicionalmente. Hay pocas diferencias con una mujer judía que vivió hace 2.000 años y que dio a luz en un establo de animales por las condiciones políticas de su contexto, poca diferencia con las madres y mujeres de hoy.
Contrariamente a lo que muchos creen, sobre todo en una fiesta de prestamistas de milagros (económicos en su mayoría), la figura de la madre resulta contraria a toda la parafernalia que gira alrededor, bajo una deformada y tergiversada de fe, sino sobre todo, porque a diferencia de otros santuarios marianos (Fátima, Lourdes) o incluso bajo otras denominaciones como Bodh Gaya o Henan, la “caminata” es un viaje interior de autodescubrimiento, tan alejados de los trombones y la cerveza.
Este año no hay piedra ni promesa. Tal vez la mejor forma de rendir devoción a “la mamita”, será leyendo y aplicando lo que dijo su hijo: Amar, perdonar y agradecer.
* Es periodista.