Hoy se recuerda los 51 años del golpe de Estado que culminó con la posesión del entonces coronel Hugo Banzer Suárez en la presidencia de la Bolivia en reemplazo del general Juan José Torres, en un hecho que dio inicio a una nueva etapa del ciclo militar iniciado en 1964. Se trata de un episodio histórico que le costó mucho al país tanto en el plano humano como en el económico.
Conviene recordar ese período —que se extendió por siete años— porque hay una tendencia muy grande en el país a olvidar la historia, olvido que permite cometer errores similares así las circunstancias sean diferentes.
La dictadura que se instaló en 1971 lo hizo en una etapa de radicalización de la “guerra fría” entre Estados Unidos y la ex Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y a cuyos intereses respondían las diversas regiones del planeta. En la nuestra predominaba Estados Unidos, nación que, so pretexto de la lucha contra el comunismo, apañó sangrientas dictaduras que, además de violar sistemáticamente los derechos humanos, despilfarraron los recursos nacionales. En el caso boliviano, la dictadura banzerista se benefició de unas circunstancias favorables sin precedentes en la historia de la República por el incremento de los precios de las materias primas, especialmente el estaño y petróleo, y un fácil acceso al crédito internacional que se tradujo en el incremento de la deuda externa a más de tres mil millones de dólares al final de este período.
En el plano político, el ascenso del coronel Banzer tuvo respaldo de los entonces partidos más fuertes (el MNR y FSB) que, con las FF.AA., formaron el Frente Popular Nacionalista (FPN). Los sindicatos fueron intervenidos, como no había sucedido desde los 50, se intervino a las universidades autónomas y se desató una dura represión, especialmente a agrupaciones de centro e izquierda, y todo disidente sufría el rigor de la cárcel, la tortura cuando no su eliminación. El propio mandatario de entonces instruía a sus bases, formadas al calor del poder y la prebenda, a eliminar a los opositores porque, al hacerlo, servían al país. No está demás recordar que quien disentía era automáticamente tildado de “comunista, tonto útil, antinacional, político, subversivo...”.
Una vez eliminada la oposición, las divergencias se trasladaron al campo interno, y mientras la situación económica fue buena, las disputas pudieron ser controladas (a veces con excesivo rigor, como en el caso Selich); luego, se dispuso la expulsión del gobierno de los primeros aliados orgánicos (FSB y MNR), prohibiéndose las actividades políticas, y con el pretexto de las negociaciones con Chile, se buscó la prórroga indefinida del entonces mandatario. Como se ve, el intento de quedarse en el poder más de lo debido es una característica de las dictaduras.
En el caso del régimen banzerista, se presentaron dos fenómenos que, sumándose a la aún débil oposición, fueron el germen de una solución terminal: la situación económica se comenzó a deteriorar rápidamente por la crisis internacional y el endeudamiento externo y en Estados Unidos se dio un golpe de timón en el tema del respeto a los derechos humanos...
La historia siguió su curso y el gobierno del general Banzer empezó a ser socavado por una huelga de hambre protagonizada por mujeres mineras de Potosí. Al final fue derrocado por quien había sido su delfín en un amañado proceso electoral, el general Juan Pereda Asbún quien, en el ocaso de su vida, fue internado en un centro de adaptación para drogadictos.
Esas fueron algunas de las características de la dictadura iniciada hace más de medio siglo: desobediencia a la Constitución, anulación a los opositores y ataques a la prensa.