Carta abierta a Cristian

A TI, JOVEN CAMPESINO Pedro Rentería Guardo 24/08/2022
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Ya sé que las cartas abiertas van dirigidas normalmente a gente importante: políticos, empresarios, analistas, directores de diarios… Al ser abiertas tienen la generosidad de que pueden ser leídas por el público interesado, siendo publicadas en medios generales de comunicación.

Tú, amigo Cristian, no eres un personaje importante. Al leer el título de esta columna quizá a nadie le interese conocer su contenido. Lo entiendo. Te conozco hace años. Eres uno de los jovencitos del hogar-internado al que hago referencia en mis habituales escritos. Pero eres muy importante para nosotros. Para la gran familia que forma este lugar de formación humana, técnica, deportiva, en valores. Formación integral, al fin, en la que no falta ese bagaje moral y espiritual que nos hace personas de talla. 

En el fondo, Cristian, representas a muchos de tus compañeros. Esos jóvenes, chicas y chicos, que en verdad se toman en serio esto de crecer, madurar, escalar cotas altas de conocimientos y luchar por alcanzar cumbres de auténtica, profunda y sencilla personalidad. Cumbres en las que la humildad y la sinceridad son pasión y señorío. 

Un día te sentaste a mi lado en el patio del internado. Así, sin más. Con esa naturalidad que tenéis los adolescentes cuando os urge un diálogo, una orientación, una sonrisa, tan solo sea un poquito de compañía. La mañana, fría, nos regaló también unos rayos de sol que hicieron agradable el encuentro.

- Sabe, padrecito, yo no quiero “botar la toalla”. No quiero abandonar. Anoche charlaba en la habitación con los colegas sobre qué hacer cuando tanto esfuerzo en la vida no da resultados. 

Me sorprendiste con tus palabras. Intuí enseguida que la tal conversación con los tuyos debió valer quilates, como una gema o una perla preciosa. Imaginé la escena: un montón de changuitos, bromistas, extravertidos, torpes en su vocabulario y movimientos, de repente -mágicamente- y, seguro, por una pregunta cuestionante de uno de ellos, entran en el paraíso de los grandes temas que nos dan dolor de cabeza a muchos adultos. 

No pude evitar, tú lo viste, una sonrisa indulgente que me supiste corregir: “No se burle, padrecito, que esto es muy serio”. Quisiera tener las palabras oportunas para definir el rostro benévolo que me dedicaste en ese momento.

Y me explicaste, despacito, la situación, el contexto que motivó vuestra plática. Con buena voluntad, con la energía que os permiten vuestros pocos años, con el ejemplo de los compañeros mayores que preparan su flamante bachillerato, dominando la flojera propia de la edad, con todo ello y más, intentáis las mejores calificaciones humanísticas, los óptimos resultados en las tareas técnicas de los talleres y hasta el mejor gol en la cancha. Pero todo es en vano cuando la dama “suerte” se pone en vuestra contra. Es entonces cuando surge el desánimo, la indiferencia, hasta la depresión…

- …Y alguno de los chicos manifestó que prefería tirar, botar, la toalla, como se dice.

Pensé que no necesitabas muchas aclaraciones. Me parece que es de valientes intentar una y otra vez los buenos resultados en los diferentes campos de la vida. Además, el esfuerzo realizado nos justifica, aunque los logros no sean los mejores, los más esperados. 

- Intentemos sin desfallecer nuestros buenos objetivos -te dije y añadí algo más-. Distingamos aquello que podemos afrontar, o mejorar, o cambiar, de aquello otro que en verdad es un imposible. Porque hay ocasiones en que ciertas tramposas realidades nos afectan harto, realidades que se escapan a nuestra buena voluntad: estado de ánimo, salud deficiente, descuido de detalles y, sobre todo, las mil reacciones psicológicas propias y ajenas. Es el misterio de nuestro ser personas condicionadas. Misterio que, humildes, debemos aceptar.

Este mecanismo de nuestra humanidad lo refiero también a nuestra “religación” –relación– con Dios, con Papá-Dios, como me gusta deciros. La Fe fracasa cuando quejosa de un Dios que parece se esconde, que no nos tiene en cuenta, que no nos apoya, que no soluciona los grandes problemas de la humanidad… esa Fe termina botando la toalla. Una Fe que no acepta los caminos de Dios. Que no son nuestros caminos. Una Fe que abandona. 

- Pero la Fe, Cristian, no es sentir, ni ver, ni entender. La Fe es una certeza, una seguridad, un voto de confianza ilimitada que, voluntariamente, das a Dios. Es un riesgo no calculado. Una aventura. No es para todos -entonces me miraste, otra vez, con tu semblante bondadoso, inspirador.

Una Fe, eso sí, que se “abandona” en el buen Dios.

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