El elemento odio

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 11/09/2022
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Una de las más notables consecuencias de los atentados del 11 de septiembre en Nueva York fue que se puso al descubierto la variedad, complejidad y extensión de los sentimientos y resentimientos contrarios a EEUU a lo largo y ancho del planeta. Azorados ante esa reacción, los gobernantes y ciudadanos estadounidenses se preguntaron: “¿por qué nos odian tanto?”.

El resentimiento contra EEUU era de tal magnitud que el Departamento de Estado decidió tomarlo en serio. Tanto que, al año de los atentados, organizó una conferencia en la que reunió a decenas de los más destacados académicos del mundo y a funcionarios del Gobierno estadounidense para que analicen el problema.

Es probable que nunca se hagan públicas muchas de las conclusiones de tales estudios. No hace falta, sin embargo, mucha ciencia, sino solo un poco de sentido común para identificar a los principales y más visibles factores causantes de las varias manifestaciones, raíces y las razones del sentimiento antiestadounidense por todo el mundo.

Como se sabe, el resentimiento contra EEUU tiene sus orígenes en muy diversos factores que van desde lo económico a lo cultural, pasando por lo político, histórico, religioso y, aunque no se puede desdeñar la importancia de sentimientos tan humanos como la envidia que provocan las muchas cualidades de la sociedad estadounidense, tampoco se puede minimizar el peso de causas objetivas que pesan en el ánimo colectivo de quienes no pertenecen a la sociedad más próspera del planeta.

Entre esos factores objetivos se destaca, sin duda, la actual política exterior estadounidense, que se expresa en el respaldo a gobiernos represivos —muchas veces pasando por alto las coincidencias ideológicas— o la falta de respaldo al Protocolo de Kioto sobre los cambios climáticos y al establecimiento de un tribunal penal internacional, solo por citar algunos casos.

No menos importantes como causantes de antipatía y resentimiento son las políticas económicas estadounidenses, principalmente porque promueven reglas que limitan las importaciones procedentes de países pobres, protegen descaradamente a rubros importantes de su economía, como los productos agrícolas y el acero, y por el uso que hacen organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial a favor de sus intereses y los de sus empresas transnacionales.

Otra vertiente del antiamericanismo es la que tiene sus raíces en razones históricas. Una larga historia de intervencionismo con frecuencia a través de métodos inadmisibles, como los aplicados por las dictaduras militares en tiempos de la Guerra Fría, por ejemplo, caló hondo en los sentimientos colectivos de vastos sectores del planeta.

El antiamericanismo de origen cultural, por su parte, es alimentado por la capacidad del “american way of life” para influir y, a menudo, desplazar las culturas locales promoviendo modelos de consumo y conducta que están fuera del alcance de la inmensa mayoría de la humanidad. Esta disparidad entre un modelo de vida y las posibilidades materiales de adoptarlo ocasiona una reacción psicológica en la que la frustración se transforma fácilmente en hostilidad.

Sin ser todos, ni mucho menos, esos son sin duda algunos de los factores que socavan la simpatía, la solidaridad y el apoyo internacional —no solo de los gobiernos sino de los pueblos del mundo— que EEUU necesita para hacer frente con posibilidades de éxito a los muchos retos que se le presentan.

Superar las causas del resentimiento y la antipatía no será tarea fácil, pero es imprescindible que se lo encare pues de otro modo nuestra civilización tendrá grandes dificultades para enfrentar a quienes solo desean destruirla.

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