Con las entradas folclóricas del fin de semana, Sucre y Potosí cerraron el periodo álgido de sus más importantes fiestas patronales y en el balance queda, además de las plausibles demostraciones de fe y culturales, un tema urticante: el consumo excesivo de bebidas alcohólicas.
Como a lo largo de la historia común de estas dos ciudades patrimoniales de Bolivia, la casualidad ha querido que hasta sus festividades más importantes coincidan: la de Potosí, Ch’utillos, está centrada en torno al 24 de agosto mientras que la de Sucre, Guadalupe, es el 8 de septiembre. Entre una y otra fecha apenas median dos semanas, que es un lapso muy breve, pero las famosas entradas folclóricas generalmente son programadas para los fines de semana más próximos a ellas, por eso los tiempos entre una y otra varían.
Este año, por ejemplo, el pico de la quinta ola de covid-19 motivó a que las entradas de Ch’utillos, originalmente previstas para el 26 y 27 de agosto, se reprogramen para el 2 y 3 de septiembre. Así, entre esos desfiles folclóricos y los de Guadalupe, que se desarrollaron el 9 y 10 recién pasados, apenas transcurrió una semana.
Desde el punto de vista del turismo, presentar ambas festividades como una sola oferta no es mala idea. Con una buena programación, las agencias turísticas pueden ofrecer alternativas al visitante que, si no puede ir a ver Ch’utillos, quizá sí a Guadalupe o viceversa. A quienes tienen más tiempo e interés en las danzas, se les puede ofertar un paquete mayor que incluya ambas entradas y, en la semana intermedia, visitas a los atractivos de una u otra ciudad. Para ello, se tendría que recurrir a las asociaciones de fraternidades a fin de que acuerden programar las entradas siempre con una semana de diferencia.
Sin embargo, pensar así, en grande, y con el criterio de aprovechar el turismo choca con dos obstáculos y el primero de ello es el recelo y los miramientos entre ambas ciudades que, hasta la fecha, no han podido superar una rivalidad que resulta anacrónica a estas alturas del siglo XXI. Precisamente por eso las agencias de viaje y turismo no han aprendido a preparar paquetes conjuntos, que ofrezcan Sucre y Potosí en igualdad de condiciones. Si se trabajara en ofertas conjuntas, que incluyan una línea argumental coherente, todos saldrían ganando: las ciudades, porque recibirían más turistas, y los visitantes porque aprenderían y verían más. Pero pueden más nuestros chauvinismos…
El segundo obstáculo es la tergiversación del sentido de estas festividades, que no hace sino empeorar con el paso de los años. Veamos: teóricamente, Ch’utillos y Guadalupe son fiestas religiosas, por cuanto giran en torno a dos advocaciones de la Iglesia católica. La de Potosí está dedicada a San Bartolomé mientras que la de Sucre es por devoción a la Virgen María, pintada por Diego de Ocaña. A partir de ahí, y de las razones de fe que son esgrimidas por los folcloristas, no debería existir consumo de bebidas alcohólicas o, si ocurre, al menos tendrían que evitarse los excesos. No obstante, ocurre todo lo contrario.
San Bartolomé y Guadalupe se han convertido en pretextos para una gran borrachera colectiva dividida en dos partes que, lamentablemente, deriva en otro tipo de excesos, como el dejar las calles, o la mismísima Catedral de Sucre, en condiciones lamentables (como ocurrió durante el convite) o desatar peleas (como la que fue provocada cuando espectadores ebrios de Guadalupe arremetieron contra bailarines de una fraternidad de Potosí, que respondieron dándoles un escarmiento). Las autoridades, para variar, hacen de la vista gorda.
Es de esperar que se tomen en cuenta las responsabilidades de unos y otros a la hora de los balances. Porque debería haberlos para que el próximo año prevalezca lo mejor de estas fiestas y para que no se repita lo peor de ellas.