El primer gobierno de Hugo Banzer Suárez fue una dictadura que duró siete años. Entre sus muchas características está el crecimiento de la deuda externa, que llegó a ser la más alta de la historia… hasta ahora.
Bolivia registra este año la deuda externa más alta que se le haya conocido en toda su historia desde la creación de la República, que alcanza a 2.697 millones de dólares, y ahora el gobierno del presidente Luis Arce dio luz verde para contraer nuevos endeudamientos por $us 1.142 millones en créditos externos; es decir, el 9 por ciento más.
Ese monto nuevo es la sumatoria de contratos de deuda contenidos en 12 decretos que autorizan a diversos ministerios a firmar préstamos con la CAF, el BID, Fonplata, ICO, Eximba, KfW y FIDA para proyectos de empleo, salud, agua y saneamiento, riego, cambio climático, carreteras, energía, fortalecimiento del sistema estatal estadístico y otros.
Una deuda no es buena ni mala en sí misma. De hecho, tiene algo de ambas condiciones. Es buena porque implica que se dispondrá de recursos para emprender acciones de gobierno que irán en beneficio de algún sector y por tanto se dará movimiento a la economía; sin embargo, no es tan favorable cuando se suma a unas obligaciones ya abultadas porque la posibilidad de cumplir con los pagos disminuye y allí aparece un fantasma llamado “riesgo país”, que consiste en una calificación internacional que señala con el dedo a los que no son tan confiables ni para prestar ni para invertir.
El ministro de Economía, Marcelo Montenegro, dice que la deuda externa permite dinamizar la economía y que esas obligaciones se ubican en un rango del 31,2 por ciento con respecto al PIB, lo que querría decir que es “manejable”.
Y considera como buenas cartas de presentación del país la inflación baja de 1,6 por ciento y la previsión de que hasta finales de año Bolivia será una de las cuatro economías de la región con mayor crecimiento.
Más allá de la pertinencia o no de contraer la deuda más alta de la historia, hay que convencerse de una vez de que la bonanza económica que el país tuvo gracias a las altas cotizaciones de las materias primas en los mercados mundiales se acabó hace ya bastante tiempo. Y que si algo financia actualmente los programas sociales del Gobierno y mantiene la economía supuestamente blindada es la deuda externa y no los recursos que genera el Estado boliviano, como se repite en el discurso político.
El milagro económico boliviano —si es que lo hubo alguna vez— es cosa del pasado. Hoy vivimos de la deuda porque los ingresos del gas cayeron tanto que ni siquiera alcanzan para pagar lo que Bolivia gasta en la importación de combustibles que subvenciona a los usuarios particulares.
El sector privado subsiste en condiciones casi de resignación a no crecer porque el Estado le impone severas restricciones para no exportar, para no aumentar la producción, y legislaciones laborales que desincentivan la generación de empleo, mientras el Gobierno se empeña en seguir gastando los pocos recursos en empresas estatales deficitarias, creadas más por ideología y para dar empleo a sus seguidores que por razones productivas o económicas.
Y ni hablemos, por ahora, de la gigantesca deuda interna. Esa es otra historia, una que preocupa a economistas que ya advirtieron del peligro de que siga creciendo.
En definitiva, hablando de la estabilidad económica boliviana, si la presión de la deuda no estalla, lo hará en otros globos que son artificialmente contenidos, como el del dólar y los carburantes congelados. Es una olla a presión que el Gobierno deberá contener, si no quiere que explote. (R)