10 de octubre de 1982 – 10 de octubre de 2022

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 10/10/2022
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El 10 de octubre de 1982 llegó la luz. La larga noche de las dictaduras quedaba en el pasado y la democracia emergía como una nueva alborada.

Los bolivianos que habían pasado por el horror de la persecución, la tortura y el destierro eran los que más razones tenían para alegrarse. El retorno a la democracia significaba el retorno a la tranquilidad y el adiós a las noches de miedo. 

¿Miedo? Sí… miedo. Miedo porque, durante los años de la dictadura, la vida era un privilegio de los que no cuestionaban al régimen porque los que no estaban de acuerdo eran condenados a muerte.

Los amaneceres eran de miedo porque la salida a la calle era para enterarse de que alguien más había desaparecido o de que un cadáver había sido encontrado con signos de tortura.

Los mediodías eran de miedo porque, mientras las radios informaban cualquier cosa para no correr la misma suerte de las emisoras mineras tomadas por los militares, la gente sabía que el país era enajenado y el narcotráfico había penetrado el mismísimo Palacio Quemado.

Los anocheceres eran de miedo porque se venía encima el toque de queda y había que volver a casa para evitar ser detenido porque caer en la DIC era lo mismo que sufrir un accidente del que se sale lesionado o muerto.

Todo eso, y una larga lista de padecimientos e injusticias, se terminó el 10 de octubre de 1982.

En esa fecha, el ganador indiscutible de las elecciones de 1980, Hernán Siles Zuazo, asumió la presidencia de la República en medio de la algarabía de la población boliviana. El entusiasmo era tal que la revista humorística “Tijera” publicó en su tapa una caricatura de Siles emergiendo con un salto de conejo y llevando un costal en el que se leía “democracia” y “soluciones”.

Sí. La noche había pasado, pero el día que amanecía con aquella posesión y aquel viraje político se pintaba lluvioso.

La banda presidencial que el vicepresidente Jaime Paz Zamora impuso en el pecho de Siles fue colocada al revés. Aunque el error se corrigió de inmediato, muchos dijeron que aquello era un mal presagio.

Cuando la situación política comenzó a ponerse difícil, muchos más creyeron que el presagio era cierto. El tan esperado gobierno democrático del doctor Siles se convirtió en una pesadilla por culpa de la hiperinflación.

¿Siles era el responsable? No. El líder de la revolución nacional jamás pensó que el Parlamento que tenía al frente iba a convertir no solo su vida en un infierno, sino la de todos los bolivianos.

Entonces el país comprendió que la democracia, aquella que había sido conseguida con la sangre de tantos mártires —algunos sin nombre— solo le devolvió la tranquilidad al ciudadano común, porque otros fueron los que consiguieron el bienestar.

El parlamentarismo que había vuelto con la democracia se convirtió en parasitismo. Muchos políticos —de izquierda y de derecha, experseguidos y experseguidores— comenzaron a vivir de él. La democracia se reveló excluyente y elitista. Si alguien quería ser parlamentario, tenía que formar parte del entorno del jefe o bien comprar su candidatura.

Hoy en día, se habla de una situación de cambio y se dice que la democracia ha llegado al pueblo. Pero las listas de candidatos se levantan a gusto y capricho de dirigentes; el derecho de hacer proselitismo es conculcado por partidarios —muchos de los cuales son funcionarios del Gobierno— que no dejan hacer campaña en varias regiones; y, finalmente, a la hora de votar, se impone la consigna, no siempre el voto consciente.

Habrá que reconocer, entonces, que la democracia es el mejor de los estados políticos para la sociedad, pero debe ser perfeccionada con educación ciudadana. La democracia no puede estar secuestrada por élites con intereses particulares.

Han pasado 40 años de la larga noche de las dictaduras y esto hay que celebrarlo, al mismo tiempo que hay que cuidar la democracia de los sedientos de poder.

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