Para desterrar la intolerancia

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 25/10/2022
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Pese a los avances registrados hasta este lunes, queda claro que el conflicto de Santa Cruz por el Censo Nacional de Población y Vivienda se ha agravado debido a que, por lo menos hasta ahora, no hubo la suficiente voluntad, en ninguna de las partes involucradas, para encontrar soluciones.

El diálogo se ha entrampado desde el momento en que la institucionalidad cruceña planteó que primero se cambie el Decreto Supremo 4760, para que el Censo se realice en 2023 y no en 2024, y después se reinstalen las mesas técnicas, mientras que el Gobierno propone lo contrario: que la fecha sea el fruto de las conclusiones de ese trabajo.

En el fondo, el Censo se constituye nada más que en un pretexto dentro de un forcejeo político por el poder. Y en medio de esta pugna se viven hechos traumáticos, como la muerte de Julio Taborga en Puerto Quijarro.

Una vez más, fruto de un paro, la cotidianeidad se ha visto interrumpida por actos violentos cuyos efectos negativos predisponen mal al desarrollo normal del devenir rutinario. A la pelea por el control político hay que sumarle la intolerancia.

Es ya moneda corriente en un país que acaba de cumplir 40 años de democracia ininterrumpida la revelación de miserias humanas aún no superadas como, precisamente, la intolerancia. Esta conducta, esa falta de respeto a creencias distintas de la propia; el rechazo a las personas que consideramos diferentes, con un alto grado de prejuicio, así como al desconocimiento de instancias legítimas de diálogo, no dejan desarrollar la idea o el proyecto que se propone.

En los ámbitos sociales se suelen derramar ejemplos de diferencias étnicas, creencias religiosas, orientaciones sexuales y políticas. Estas se ponen de manifiesto cuando estalla un conflicto como el que provocó el paro indefinido en Santa Cruz, al que se sumó otro de 24 horas en Beni y ahora se anuncia uno nuevo en Tarija.

El aferrarse a las propias ideas de forma obsecuente, impidiendo escuchar al otro, es una práctica cotidiana que nos conduce a un callejón sin salida, y a encerrarnos en un círculo cada vez más pequeño. Hasta no darnos cuenta de que las taras del pasado nos jalan la camiseta de atrás y nos impiden lograr la velocidad necesaria hacia adelante, seguiremos en peligro, así como cuando se conduce un vehículo por una carretera de alto tráfico mirando el espejo retrovisor.

¿Acaso necesitamos políticos que se muestren los dientes todos los días? Necesitamos líderes políticos que puedan hablar, que dialoguen y encuentren en sus diferencias las coincidencias indispensables para comenzar a solucionar los problemas del ciudadano, que los tiene y son muchos. Aunque parezca imposible, siempre hay una posibilidad de ponerse de acuerdo. La gente está cansada de asistir a discusiones y agresiones que no causan ningún beneficio. Seguramente algunos quieran sacar ventaja de esto, o les convenga hacerlo por oscuros intereses, pero adelante está el país y sus intereses deben estar por encima de los intereses particulares.

Bolivia está llena de leyes y es bueno ocuparse de todos los sectores, cuidar al ciudadano, pero de nada sirve incumplir las normas, eludirlas y socaparlas. ¿Seremos algún día capaces de entender que la ley no es solo una práctica que los ciudadanos comunes deben cumplir?, ¿que no solo es una cuestión de jueces y fiscales sino también de líderes políticos, de empresarios, en fin, de todos los componentes de los circuitos del poder?

Muchas veces la terquedad, esa intolerancia que llevamos puesta, no nos deja ver que hay otras escalas de valores, que no son las mismas que las nuestras. Es justamente ahora que hay que aprender a escuchar al otro y entender que debemos sumar y, entre todos, encontrar las soluciones a nuestros conflictos.

Si desterramos a la intolerancia, aceptaremos más fácilmente al otro, al rival, y aprenderemos a escucharlo. Es así como funciona el diálogo y no a través de presiones y amenazas.

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