Oídos sordos, falta de entendimiento, ¿hay voluntad?

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 03/11/2022
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El país ha caído en un momento de absoluta incertidumbre. En el conflicto por el Censo, si se lo hace en 2023 o en 2024, últimamente una autoridad dice una cosa y otra sale a desmentirla. Mientras tanto, el diálogo se dilató demasiado, la violencia se recrudeció y, a estas alturas, ya cabe preguntarse si hay o no verdadera voluntad para resolver esta crisis.

El agravamiento de la tensión social en Santa Cruz, al cumplirse el duodécimo día del paro indefinido en esa región, está llevando a la gente de bien a pasar de una natural preocupación a la perplejidad, por la falta de reacción oportuna de las dos partes enfrentadas para resolver este delicado problema.El diálogo se entrampó hace varios días, desde el momento en que la institucionalidad cruceña planteó que primero se cambie el Decreto Supremo 4760, para que el Censo  Nacional de Población y Vivienda se realice en 2023 y no en 2024, y después se reinstalen las mesas técnicas, mientras que el Gobierno propuso lo contrario: que la fecha sea el fruto de las conclusiones de ese trabajo.

Luego, se advirtió una apertura de los cívicos de Santa Cruz a sentarse en una mesa técnica, tal cual la idea del Gobierno, pero este finalmente se llamó a un extraño silencio mientras sus bases sociales se movilizaban en la capital oriental o, directamente, chocaban en las calles contra las personas que están a favor del paro.

En el fondo, el Censo se constituye nada más que en un pretexto dentro de un forcejeo político por el poder. Y en medio de esta pugna se viven hechos traumáticos, como la muerte de Julio Taborga en Puerto Quijarro y las agresiones a periodistas.

Una vez más, fruto de un paro, la cotidianeidad se ha visto interrumpida por actos violentos cuyos efectos negativos predisponen mal al desarrollo normal del devenir rutinario. A la pelea por el control político hay que sumarle la intolerancia.

Es ya moneda corriente en un país que acaba de cumplir 40 años de democracia ininterrumpida la revelación de miserias humanas aún no superadas como, precisamente, la intolerancia. Esta conducta, esa falta de respeto a creencias distintas de la propia; el rechazo a las personas que consideramos diferentes, con un alto grado de prejuicio, así como al desconocimiento de instancias legítimas de diálogo, no dejan desarrollar la idea o el proyecto que se propone.

En los ámbitos sociales se suelen derramar ejemplos de diferencias étnicas, creencias religiosas, orientaciones sexuales y políticas. Estas se ponen de manifiesto cuando estalla un conflicto como el que provocó el paro indefinido en Santa Cruz, al que se sumó otro de 24 horas en Beni y después en Tarija.

El aferrarse a las propias ideas de forma obsecuente, impidiendo escuchar al otro, es una práctica cotidiana que nos conduce a un callejón sin salida, y a encerrarnos en un círculo cada vez más pequeño. Hasta no darnos cuenta de que las taras del pasado nos jalan la camiseta de atrás y nos impiden lograr la velocidad necesaria hacia adelante, seguiremos en peligro, así como cuando se conduce un vehículo por una carretera de alto tráfico mirando el espejo retrovisor.

¿Acaso necesitamos políticos que se muestren los dientes todos los días? Lo que necesitamos son líderes que puedan hablar, que dialoguen y encuentren en sus diferencias las coincidencias indispensables para comenzar a solucionar los problemas del ciudadano, que los tiene y son muchos. Aunque parezca imposible, siempre hay una posibilidad de ponerse de acuerdo. La gente está cansada de asistir a discusiones y agresiones que no causan ningún beneficio.

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