La guerra y la paz

EDITORIAL Editorial Correo del Sur 11/11/2022
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Los objetivos de guerra de las naciones beligerantes acostumbran a expandirse a medida que prosigue el conflicto. La Segunda Guerra Mundial no constituyó una excepción a esa regla. Hitler, al anunciar su ataque a Polonia en septiembre de 1939, no hizo ninguna referencia a planes de conquista de Europa. Después de bombardear Rusia en junio de 1941, sintió la necesidad de expandir la interpretación de la contienda.

La primera formulación importante de los objetivos de guerra y de paz de los aliados fue la Carta del Atlántico firmada, en agosto de 1941, por el presidente norteamericano Roosevelt y por el primer ministro británico Churchill. En ocasión de la firma, Estados Unidos era aún, para todos los efectos, una nación no beligerante, aunque estuviese prestando valioso auxilio a los enemigos del Eje. Para enero de 1942, cuando fue publicada la Declaración de las Naciones Unidas con la firma de 26 naciones firmantes, incluyendo la Unión Soviética y China, la Carta del Atlántico había adquirido un significado más amplio. Subsecuentemente, otros 14 países se adhirieron al acuerdo. No solo que cada gobierno consagraba todos sus recursos a la guerra, sino que prometían que nunca harían la paz separadamente.

Con el proseguir de la guerra hubo otras alianzas para resolver problemas de estrategia y determinar las condiciones de paz, como la Declaración de El Cairo, de Teherán, y también el Acuerdo de Yalta y la Declaración de Potsdam. A despecho del gran número y la variedad de las decisiones adoptadas en esas conferencias, ellas no constituían en lo absoluto una solución completa a los problemas de la postguerra. Las grandes potencias no lograron armonizar sus puntos de vista en lo relacionado a los principios fundamentales de la paz. No se logró, por ejemplo, un acuerdo sobre el control de la energía atómica.

El mundo que salió de la Segunda Guerra Mundial, poca semejanza tenía con los sueños expresados por los idealistas durante la primera fase del conflicto. Para extensas áreas del globo, era un mundo de hambre y miedo, de cenizas y escombros, de desesperación, sufrimiento y violencia. Las disposiciones de la Carta del Atlántico estaban muy lejos de convertirse en realidad. La guerra recrudeció y las esperanzas de las masas de todas las naciones, en cuanto al advenimiento automático de la paz y la seguridad, fueron deshechas brutalmente. Desde entonces, la amenaza de una nueva guerra ha atormentado a varias generaciones hasta nuestros días. El mundo se sobrecoge al pensar que la próxima Gran Guerra puede ser con armas atómicas y bacteriológicas.

La principal alianza de lucha contra el terrorismo en la actual guerra en Afganistán está centrada en la Organización del Atlántico Norte (OTAN). Esencialmente, esta es un pacto europeo-estadounidense de características militares con el fin de garantizar la paz. La hemos visto actuar de manera más evidente en la Guerra de los Balcanes.

La invasión de Rusia a Ucrania ha sido rechazada por gran parte del planeta, con excepción de los aliados de Putin, y ha fortalecido a la OTAN, que es vista como una organización más proteccionista, incluso, que la misma ONU. Esto Putin no lo tomó en cuenta a la hora de decidir iniciar la guerra.

La historia es cíclica; como en el pasado histórico mundial, hoy los acuerdos y alianzas contienen objetivos de guerra y planes de paz: los primeros tienden a expandirse porque expandido está el terrorismo en muchas partes del planeta.

La guerra y la paz siguen siendo nuestros dos máximos problemas. Si la primera subsiste es porque siguen existiendo personajes como Putin y sus aliados, que creen que las cosas solo se solucionan mediante la violencia.

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