Toco el himno himeneo con el
éxtasis seductor de tu juventud,
hasta el cénit de tu senectud.
Canta la sabia naturaleza la verbena
EPIFANÍA que Dios nos dio: la diana
del viento, del agua del fuego y de los cielos
que truenan, inspiración de Beethoven, acompañado del trovar
de pájaros, grillos y ranas.
La vida está colmada de bemoles
y sostenidos, y tu amor es como el becuadro
que embelesa apacible mi alma.
Con los acordes disonantes de las olas
de! mar, con el ritmo isócrono de los
celestes, palpita y danza la tierra.
La música es la soberana de las artes,
es el verbo de la pureza del ser,
es madre de la memoria, hermana del corazón
y gemela del alma que llega
hasta el trémulo de tus tuétanos.
El síncope y el contratiempo de mis
notas flotan en tu cuerpo como luciérnagas
en la noche, y celosas las estrellas
titilan hilando los arpegios de las
cinco líneas y cuatro espacios
¡¡¡canten!!! ¡toquen!, el allegro de la vida
de la muerte, el ad libitum de la fuerza del destino.
¡¡¡canten!!! ¡toquen!, a las flores a las
espinas, al ángel, a la bestia,
a la traición, a la pasión, al recuerdo,
al olvido, al dolor y a la satisfacción.
Nunca cantemos la vida de un solo
pueblo, cantemos, ledos al mundo
que no está mudo, y su contra cantó
nos dejara lelos de pasión seductora.
Patricios del arte, bohemios de la cabellera
alborotada, canten como el can, que ulula
a la luz de la luna menguante de otoño.
El jaleo fortísimo de tus palmas,
son como las palmas de las playas
y de los bosques que bambolean y
emborrachan el corazón y el alma del músico.