En el debate político, la confrontación de ideas, posiciones ideológicas o programáticas ha sido reemplazada por la adjetivación inicua al contrincante y no por lo que propone o piensa respecto al estado, la sociedad o manejo del poder político.
La política, el político y el partido político han sido degradados sistemáticamente con la distorsión de varias categorías históricas propias de determinados contextos.
Hasta casi finales del siglo XX, los grupos o clases sociales tenían una nítida identificación de izquierda o de derecha, que fue deteriorándose al extremo que, en nuestros días, diferenciarlas es una tarea difícil.
En general, la izquierda estaba identificada con el marxismo y la aspiración revolucionaria de construir una sociedad socialista, en tanto que la derecha se afirmaba en los valores y principios del capitalismo, la libre empresa y el mercado. De esta manera, los partidos políticos y las personas se parecían o diferenciaban por sus heterogéneas visiones de mundo.
La caída del Muro de Berlín dio la estocada mortal a esta dicotomía, a la par que en casi todos los países proscribían a las dictaduras y reinstalaban la democracia como forma de gobierno.
Viejos enemigos políticos empezaban a coincidir y consensuar, algo impensable hace pocos años atrás. Su flexibilidad tuvo motivaciones pragmáticas alejadas de dogmatismos y ortodoxias. Se sucedieron alianzas, acuerdos, pactos, encuentros, la sociedad dejaba de lado las ideas totalizantes, mientras los nostálgicos se negaban a dejar el pasado y asumir las nuevas realidades.
La recuperación de la democracia en nuestros paises coincidió con la instauración del modelo neoliberal, lo que no impidió abrazar la causa democrática incluso a los críticos más férreos del nuevo modelo económico.
No fue fácil, las tribulaciones abundaron, el ciclo del estado nacional terminó en octubre del 2003, con lo que abrió la necesidad de buscar un modelo alternativo.
Los partidos políticos fueron reemplazados por los movimientos sociales corporativos, cuya base social amplia dejó sin posibilidades de articular otras alternativas.
La principal consigna del estado nacional, la homogeneidad, fue reemplazada por lo pluri que se funda en la diferencia étnica y cultural, motivadora de prácticas discriminadoras y racistas desde el estado mismo.
Estos ingredientes fueron más que suficientes para perfilar una visión autoritaria del mundo, que encontró en el ejercicio del poder político la mejor manera de imponerse al conjunto de la sociedad por una minoría prepotente y abusiva.
Arman tramoyas de una realidad inexistente con el fin de justificar la violencia estatal, inventan todo, dependiendo de a quien benefician o a quien perjudican recurren a un lenguaje jurídico justificador de sus habituales violaciones a la constitución y las leyes, como si fuese algo normal.
Alientan a empresarios “amigos” a hacerse cargo de medios de comunicación acosados y debilitados por la presión estatal, los que una vez en sus manos, son los portavoces de la mentira gubernamental
El estado es un gran escenario donde el nepotismo, la corrupción en todas sus variantes, el clientelismo, los bisnes jugosos de la burocracia, ponen fin a todo tipo de competencia legal.
Ven en todos los escenarios, enemigos políticos, los acusan por todo y por nada, lo que hacen ellos es culpa del otro. Dan golpe de estado, lo endilgan a la oposición; ejecutan un fraude monumental y se autoproclaman defensores de la democracia; se acusan de traficar con drogas, es culpa de la DEA; asaltan las arcas estatales, son inventos de la derecha: unas veces son de izquierda otras de derecha; hoy son internacionalistas, mañana ultranacionalistas; amanecen patriotas pero en la tarde entregan a las transnacionales nuestros recursos naturales; con los albores del sol afirman su pachamamismo para minutos después, en su cómoda oficina, depredarlo. La lista de sus mentiras es larguísima.
Lo más grave es que la sociedad está contagiada, gran parte de ella cree en las falsedades de los conspiranoicos.
Morales, Arce Catacora, Choquehuanca, el expresidente del Brasil Bolsonaro, el inglés despeinado Boris Johnson, los mafiosos Ortega-Murillo en Nicaragua; el estrafalario Donald Trump, el húngaro Víktor Organ y otros más, se parecen tanto en su afán autoritario de destruir la democracia, que sus adscripciones a la izquierda o a la derecha es poco menos que un chiste de mal gusto.
Sus ideas fijas, obsesivas y absurdas parten de hechos falsos a la vez que infundados, sus discursos, sus prácticas políticas, sus gobiernos, tienen un hilo conductor parecido: la mentira con la que han armado una poderosa red de conspiranoicos, que asedia a nuestros paises.
La contradicción, en consecuencia, no es izquierda vs derecha, es neopopulismo autoritario vs. democracia, que obliga a todas las fuerzas democráticas a proponer alternativas de estado, sociedad y poder político y a la sociedad civil a romper complicidades motivadas por el miedo, la indiferencia o la comodidad socapadora.