¿Siempre abierta? En los tiempos que corren, como piensa y comenta mucha gente, es mejor tener las puertas de las casas, de los hogares, de los negocios, bien cerradas. También dicen que antes, hace más o menos años, en los pueblos y en las ciudades se podían dejar las puertas abiertas sin sospechas de robos y destrozos.
Es el miedo el que nos obliga a colocar “chapas” caras, candados sofisticados –mejor dos que uno– y ya en estos tiempos actuales, tan tecnológicos, usamos las cámaras de vigilancia, de seguridad, que son buenos chivatos de las acciones delictivas de los antisociales.
Pero hay otras puertas. Sin cámaras, sin candados, sin cerraduras. Pueden estar abiertas a la intemperie del mundo que nos rodea. O fuertemente cerradas por recelo, por desconocimiento, por cobardía, por decepciones vividas… quizá hasta por flojera.
Son las puertas de nosotros, educadores. Con esta afirmación llamo la atención una vez más de los amiguitos del hogar-internado, así como de otros niños, adolescentes y jóvenes a quienes hemos acompañado en esta gestión académica, recién terminada, y ahora disfrutan de su merecido descanso vacacional.
Ellas y ellos saben bien de puertas cerradas –a cal y canto– en educadores que, por las causas mencionadas y más, han desistido de su obligación y derecho a proteger en todo momento, con respeto, los pasos frágiles de quienes se preparan para un futuro digno.
Educadores son también, claro, los papás, los hermanos mayores, los abuelitos y más familia, los apoderados y quienes por adopción o “guarda” se comprometen al cuidado de los menores.
El pasado día viernes, en vísperas de Navidad, en la cancha de voleibol, cercana al Estadio Patria, se celebró el tradicional festejo organizado por el Sedeges para los niños y adolescentes de sus hogares de acogida. Faustino Beltrán, periodista de Correo del Sur Radio, me preguntó qué necesitaban estos jovencitos más allá de los regalos que les estaban entregando. Pregunta que me han hecho más veces y la respuesta siempre fue: necesitan que lleguemos a su corazón, respetándolo. Es decir, que los escuchemos, que atendamos sus interrogantes o reclamos, que les permitamos el desahogo, la confidencia, la crítica, incluso el desplante ante nuestra ineptitud. Sin juzgar, sin despreciar, con paciencia. Y, lo más difícil: sin decepcionarnos de sus decisiones por negativas que nos parezcan.
Es el arte de la atención, de la constancia, de la seguridad de que nuestra puerta, siempre abierta, se ganará tarde o temprano un final feliz para esos valores equivocados.
Educadora, educador, mantén siempre la puerta abierta de tu vida, de tu solicitud, de tus conocimientos, de tus valores, incluso de tus errores… para tus chicos. Con calma, sabiendo esperar, habiéndoles dicho, en muchas ocasiones, que pueden acudir a tu persona cuando lo necesiten. Ellos entienden. Quizá den poca importancia a tu cuidado, pero llegado el momento de la prueba o confusión sabrán dónde encuentran puerta y brazos abiertos.
Hay una imagen sugestiva en el evangelio de San Lucas. En su capítulo 15,11-32. Es la magnífica parábola de Jesús sobre el padre amoroso, el hijo pródigo o el hermano envidioso. Depende en qué personaje posemos nuestra mirada.
El chaval menor, locuelo él, tras alejarse del hogar de sus padres con la intención de independizarse, termina regresando. Dice el texto que “estando todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente” (v.20). No le preguntó nada y rápidamente organizó la gran fiesta de bienvenida.
Quiero imaginar a ese padre, en la terraza de su casa, divisando cada jornada la posible vuelta del hijo despistado. Hasta ese mágico día en que lo vio venir por el camino. Y, loco de cariño, lo restableció en su dignidad de hijo. Este papá, sin duda, tuvo bien abierta la puerta de su corazón.
Sin llegar a tales extremos, los educadores nos encontraremos ante la necesidad de esperar pacientemente la presencia de ese niño, adolescente o joven que nos necesita y que, a lo mejor, un día se marchó problematizado, desencantado y hasta enojado con nosotros.
Que encuentre la puerta siempre abierta.