Aunque la costumbre ha hecho que el inicio de un nuevo año llegue siempre acompañado de buenos augurios, el que hoy se inicia parece ser una excepción. Y no porque sea menor el deseo de que la felicidad y prosperidad lleguen a todos, como lo dice la fórmula habitual, sino porque en Bolivia abundan los motivos para que el 2023 sea un año al que se recibe con más miedo que esperanza.
Los temores e inocultables ánimos pesimistas tienen su razón de ser. Es que 2022 ya tiene un lugar privilegiado entre los más negros de las últimas décadas y hay motivos para temer que las peores consecuencias de cuanto ocurrió durante el año que concluye comenzarán a verse recién durante el que hoy se inicia.
Las expectativas que se pueden alentar sobre lo que puede pasar en Bolivia son más de miedo que de esperanza. En lo económico, porque a factores externos, como la crisis global, se suman causas internas que amenazan con hacer del año que se inicia uno muy poco favorable para el bienestar material. Todo indica que la extraordinaria bonanza de la que gozamos los últimos años gracias a excepcionales circunstancias internacionales llegó a su fin, y que a partir de ahora tendremos que vivir una realidad muy distinta a las ilusiones que se alentaron, con empresas en varios rubros aún no recuperadas desde la pandemia.
En lo político, el año que se inicia será sin duda uno de grandes quiebres. La confrontación entre el modelo centralista que plantea y ejecuta el MAS ya ha chocado con el empresarial de Santa Cruz, primero por la fecha del censo y, después, debido a la detención del gobernador Luis Fernando Camacho, al expirar el año. La indignación ha dado paso a la violencia y la situación quedó en terapia intensiva al terminar 2022. Es difícil determinar hasta dónde llegará la confrontación.
Por lo apuntado, y mucho que se ha quedado en el tintero, y tiene que ver con los motivos de confrontación, el solo hecho de que sean tan encontrados sentimientos los que provoca el futuro próximo da lugar a malos augurios pues nada bueno se puede esperar de algo que causa tan distantes expectativas entre los habitantes de un mismo país.
Por todo lo anterior, aunque sin renunciar a la esperanza, lo más sensato parece ser que disminuyamos nuestras expectativas tanto como sea posible, pues esa es una de las mejores maneras de evitar las grandes frustraciones.