El genocidio educativo boliviano (*)

Guillermo Mariaca Iturri 23/01/2023
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“En términos generales, genocidio no significa necesariamente la destrucción inmediata de una nación, excepto cuando se logra mediante la matanza masiva de todos los miembros de una nación. Se trata más bien de un plan coordinado de diferentes acciones encaminadas a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de los grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar a los propios grupos. Los objetivos de tal plan serían la desintegración de las instituciones políticas y sociales, de la cultura, el idioma, los sentimientos nacionales, la religión y la existencia económica de los grupos nacionales, y la destrucción de la seguridad, la libertad, la salud, la dignidad e incluso las vidas de las personas que pertenecen a esos grupos” (Raphael Lemkin, 1944).

“La Convención de Genocidio de las Naciones Unidas lo definió como cualquiera de los cinco actos cometidos con la intención de destruir, total o parcialmente, un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Matar a miembros del grupo; causarles daños físicos o mentales graves; imponer condiciones de vida destinadas a destruir el grupo; impedir nacimientos, y sacar a los niños del grupo por la fuerza” (NNUU, 1948. Corte Penal Internacional, 1998).

Ambas concepciones, se entiende, son consecuencia de la Segunda Guerra Mundial en aquel esfuerzo de los Estados para prevenir su repetición. Sin embargo, desde entonces, varios actos genocidas, marcados enfáticamente por asesinatos en masa, nos han manchado como humanidad. Y la definición de genocidio se está complejizando. Ya no se trata únicamente de la violencia física extrema contra grandes grupos humanos; se trata, ahora, de la represión de derechos fundamentales de tal manera que los ciudadanos ya no puedan ejercerlos. Porque si no se conoce ni se comprende esos derechos, un grupo humano termina por naturalizar su esclavitud y ese Estado se convierte en una fragmentación de tribus que canibalizan los recursos de la sobrevivencia. Genocidio, entonces, es también el ejercicio simbólico de la violencia extrema sobre, por ejemplo, la educación en un país.

En diciembre de 2015, la Alcaldía de La Paz hizo semipúblico un documento en el que explicó la medición de la calidad educativa en el municipio. Como utilizó la herramienta más reconocida en el mundo (PISA) para medir las aptitudes de los estudiantes de secundaria y otra herramienta equivalente para evaluar la primaria, los resultados son comparables internacionalmente.

República Dominicana, el país con los peores resultados en la última medición PISA publicada esos años, obtuvo 56% como promedio en las tres pruebas (hay que considerar, para una buena comprensión, que la puntuación media entre los 72 países fue 82% y, por tanto, República Dominicana está más o menos 26% por debajo de la media y que el 70% de los estudiantes dominicanos no alcanzaron siquiera el nivel 2 de cinco posibles).

Debe resaltarse que aun si hay una relación positiva entre el Producto Interno Bruto (PIB) por persona y los puntajes en la prueba de lectura o matemática o resolución de problemas, ésta sólo explica el 6% de la variación de los promedios entre las naciones. El 94% restante es atribuible a otros factores: las políticas públicas, los recursos disponibles en los colegios, las prácticas escolares y, fundamentalmente, el ambiente escolar y la docencia.

En el municipio de La Paz, los resultados equivalentes –para tercero de secundaria- fueron 17% en matemáticas y 39% en lectura. No me quiero imaginar los resultados si la medición hubiera sido nacional. Y si usted, apreciado lector, calcula los años de escolarización adicional que requeriría un estudiante paceño para alcanzar a los estudiantes de Shangai, Singapur, Corea del Sur, Suiza, Finlandia o Japón, estoy seguro que podríamos escribir un guion verdaderamente apocalíptico de la educación boliviana y, por consiguiente, del presente y del futuro de nuestro país. El informe municipal advierte, también, que “el porcentaje de reprobación debiera ser cercano al 60% en primaria y 70% en secundaria. Pero la promoción ‘automática’ que se aplica en Bolivia tiene consecuencias importantes, ya que los niños se ven enfrentados a un currículo y textos para los cuales no están preparados y dada la naturaleza acumulativa de los conocimientos los déficits aumentan exponencialmente cada año”.

 

A nivel internacional, los expertos coinciden en afirmar que la causa fundamental que explica la calidad educativa es la formación de los maestros. No es la pobreza general de un país, el ingreso económico de los padres, la infraestructura de las escuelas ni siquiera el diseño curricular. Si los maestros tienen una mala formación y a eso se añade una política de Estado que ha determinado esconder los resultados de todas las investigaciones, padres y madres seguirán viviendo ciegos ante esa esterilización estructural en lo educativo, intelectual y ético de sus hijos.

La Constitución ha determinado la inamovilidad del maestro y la exclusividad de su formación en las ahora llamadas Escuelas Superiores de Formación; por tanto, el escalafón del magisterio sólo reconoce a los formados en esas Escuelas de Maestros. Como únicamente ellos pueden ingresar al servicio en las escuelas fiscales -y ese ingreso no es por exámenes de competencia abiertos a todos los profesionales universitarios- el sentido primero y último de la Constitución y la ley educativa es la defensa del “derecho” al trabajo de sólo 150 000 ciudadanos que conspiran junto al Estado para proveérselo en endogamia y beneficio propio. De esta manera, el Ministerio es el autor intelectual del genocidio y el magisterio el autor material.

La pésima educación boliviana continúa siendo un secreto de Estado y, con una irresponsabilidad que demuestra que el Ministerio de Educación es, en verdad, el Ministerio del genocidio, el Estado continuará convirtiendo en zombies a los estudiantes con la terrible complicidad del sindicato de profesores.

Hoy, a la pésima calidad educativa, se añade el circo de contenidos, el culto a la personalidad de cierto expresidente (Evito y el mar, Las aventuras de Evito, etc., textos elaborados bajo la misma lógica de la educación hitleriana, peronista, fidelista, maoísta, stalinista) y el adoctrinamiento establecido en el currículo 2023 (‘fue golpe, no hubo fraude’; afirmación en el texto de ‘Ciencias Sociales’). El genocidio educativo está degradando a niveles inconcebibles la educación boliviana. Cuando creímos que no podíamos caer más al fondo, el Ministerio lo hace con una ‘creatividad’ digna de mejor causa.

Estamos retrocediendo literalmente décadas y perderemos la fuente de nuestra libertad. Porque eso es educación: la formación en derechos, en conciencia crítica, en libertad humana. Y no habrá tea alguna que nos ilumine ni hado propicio en el que fructifique ya libre ya libre este suelo. A no ser, claro, que todas las alcaldías del país repliquen la investigación de La Paz, se denuncie colectivamente el genocidio educativo y se arme tal protesta que el Ministerio tenga que pedir a PISA y a LLECE que vengan y nos evalúen. Y entonces, después del linchamiento moral al gobierno por millones de padres indignados por la estafa y la conspiración de tantos años, comencemos la construcción de una educación maravillosa.

* Es miembro de la plataforma UNO, que promueve el debate plural pero no comparte necesariamente los puntos de vista del autor.

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