Cuando Alicia vio que por la calle corría un conejo blanco sosteniendo un enorme sobre, se alegró, fue un alivio sincero, un desahogo del alma, un respiro de calma en un mundo atormentado.
Ella sabía, como lo sabe usted o lo sé yo, que en la vida real todo iba y venía sin ton ni son, y todo funcionaba sin realmente funcionar.
Alicia se sentía devorada por una complejidad arrolladora, por un tedio infinito, por un sinfín de intransigencias y por un enmohecido sistema de salud.
Siguiendo al conejo, saltando de aquí para allá, esquivando al uno y rodeando al otro, vio que la criatura entró en un salón enorme y monumental. Ni bien entró, chocó de frente contra un trasero voluminoso que la detuvo en seco. Era una muchacha.
—¿Para qué es la fila? —preguntó Alicia al percatarse de que tras ese voluptuoso traste estaba otro, y que tras ese había otro más, y así hasta llegar a un escenario donde desfilaban, uno a uno, el cúmulo de cuerpos que eran fotografiados y evaluados.
—Para ser la Reina de la Belleza—respondió orgullosa la joven.
—Es decir, ¿compiten entre mujeres para ver quién es la más hermosa?—preguntó Alicia.
La chica no la escuchó, pues ya para entonces la dama recorría la pasarela.
En ese momento pasaron muchas cosas, el conejo blanco entregó el sobre, alguien lo abrió y un parlante magnificó el nombre de la ganadora, una lloró de alegría y todas disimularon su desconsuelo, varios criticaron el resultado y varios otros explotaron de alegría.
En medio de ese caos, Alicia sintió una angustia más parecida al asco que a la inquietud, y mientras buscaba una salida que le permita escapar de aquella vorágine de vanidad, resentimientos y sonrisas falsas, vio que en el aire se dibujaba una sonrisa. Al cabo de un rato, a la alegre hilera de dientes le rodeó el rostro de un gato, un felino de mirada inquietante que se quedó mirando a Alicia y que así le habló:
—Es paradójico que yo venga del reino de la locura, pero sea aquí donde las mujeres son tratadas como cosas, donde se enorgullecen del cuerpo esquelético y se enaltece la banalidad.
Alicia, incómoda con una realidad que no podía evitar, sintió el anhelo profundo de huir, y en su afán por escapar, se animó a preguntar:
—Podrías decirme ¿qué camino debo seguir para salir de aquí?
—Eso depende del sitio al que quieras llegar—respondió el gato.
—No me importa mucho el sitio… —dijo Alicia, segura de que lo trivial era moneda corriente en todo lado.
—Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes—finalizó el gato.